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¡Que me calle!... ¡que me calle! ¡Ah!, esposa mía, esposa adorada, ángel de mi salvación... Mesías mío... ¿Verdad que me perdonas?... di que . Se levantó de un salto y trató de andar... No podía.

Y he aquí el camino por donde Ángel fue a parar con el pensamiento a Leticia.

En este caso se hallaba aquel día, en el estudio del colegio de Guichon, Alfonsito Téllez-Ponce, alias Tapón, piel del diablo, corazón de ángel, enredador como él solo, ídolo y tentación perpetua de sus compañeros, encanto y purgatorio eterno de sus maestros.

Pero en el momento de ponerlo en práctica cae en tierra como desmayada junto al umbral de la puerta; aparécesele su ángel de la guardia, y con su belleza celestial y su divina elocuencia, borra de su corazón todo pensamiento mundano.

Corriente; pero ¿a qué puertas había ido a llamar Ángel? ¿Quién era ella? Y Ángel, que no tenía motivos racionales para callarlo ya, lo dijo hasta con entusiasmo.

Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su conversación, pero decía con voz algo trémula: Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de Méjico para casarse conmigo.

, Morenito, ya has acabado de armar escándalo, porque lo digo yo, ¡ea! Te vas abajo a dormir en seguía, o te hago bajar de dos patás. El bravo se encogió. Únicamente de su padre y de aquel señor aguantaba verse tratado así. Pero don Carmelo era un ángel, se portaba bien con los pobres, y él sabía distinguir a las personas buenas, obedeciéndolas. A pesar de esta sumisión, aún masculló protestas.

Siéntese usted un momento, que le voy a hacer otra pregunta. ¡Ave María Purísima!... ¿con qué caballero? Con aquel que se murió de repente... Cállese, cállese o le pego... No, si yo no lo creo ya. Lo creía; pero como fue la indecente de Aurora quien me lo dijo, ya dejé de creerlo... sólo que tenía un poquito de duda. Aquí donde usted me ve, yo, al lado de ella, soy un ángel.

En aquellos grandes ojos extáticos, tembló al fin una lágrima, creció, vaciló... desprendióse rodando, dejando húmedo surco sobre sus mejillas marchitas, y cayó como una gota de fuego sobre su mano, que se dejó quemar sin moverse. Poco después, se había evaporado. Un ángel la recogió y la llevó a Dios para que pidiese cuenta de ella a quien correspondiese.

Mas ella, como ya no es niña, no puede apencar por la buena costumbre. Pero es un ángel, señor, y no hay que reparar en si apunta o no apunta para socorrerla. Nunca es tarde para entrar por el aro, como quien dice.