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A principios de 1902 falleció en Londres un americano cuya vida podría parecer singular aun en su país natal, donde por cierto abundan los hombres que se complacen en desafiar las circunstancias de una existencia azarosa y llena de incertidumbre. Fue sucesivamente minero, maestro de escuela, corrector de pruebas, tipógrafo, editor y últimamente cónsul de los Estados Unidos en Glasgow y Londres.

JULIA. ¡Comprendido...! Usted tiene un marido que se interesa por las artes aplicadas y que desearía convertirla en una artesana... DORA. ¡No! Estoy aquí sin que lo sepa. Querría darle una sorpresa, ¿me entiende? Se trata de una de esas gestiones que una no se atreve a confesar a su prometido, y todavía menos a su esposo, aunque éste sea tan americano como usted y como yo.

No era el bueno de don Francisco el más rico americano de la Colonia; algunos millones más tenía don Frutos, pero al Vespucio de las Águilas «ni don Frutos ni San Frutos ni nadie le ponía el pie delante tocante al rumbo» y él era el único vetustense que hacía visitas en coche y tenía lacayos de librea con galones a diario, si bien a estos lacayos jamás conseguía hacerles vestirse con la pulcritud, corrección y severidad que él había observado en los congéneres de la Corte.

Los chicos innobles, que pudiera decirse, de Vetusta, no eran grandes proporciones; pero aunque se quisiera apencar apencar decía doña Águeda en el seno de la confianza , con algún abogadote, ninguno de aquellos bobalicones se atrevería a enamorar a una Ozores, aunque se muriese por ella. La única esperanza era un americano.

Y sin comprar el más pequeño monigote prosiguieron su camino para ver la famosa esfinge. Ben Zayb se ofrecía á tratar la cuestion; el americano no podría desairar á un periodista que puede vengarse en un artículo desacreditador. Van ustedes á ver como todo es cuestion de espejos, decía, porque miren ustedes...

Yo soy muy americano y tengo unas ganas locas de ver mi cielo. ¡Cuántas noches, en Europa, me privé de mirarlo, porque no podía encontrar en él la Cruz del Sur!... Y mañana tal vez la contemplemos. Mi muchachada no comprende estas cosas del viejo. Sentía impaciencia por llegar a su tierra, ver a los amigos, enterarse de la marcha de los negocios, pisar las calles de Buenos Aires.

Al quedar hecho pedazos, la veleta del entusiasmo había girado del lado de Inglaterra. Ahora era América, tanto más milagrosa y omnipotente cuanto mal conocida. Sonaba en todas las conversaciones el nombre de un americano, lo mismo en los tés elegantes que en los cafetuchos del pueblo; el único americano conocido en Europa: el inventor Edisson. El lo arreglaría todo.

Tiene usted permiso para moverse un poco; así hará su estudio con mayor comodidad. Espere á que mis órdenes. Y recobrando su portavoz, empezó á lanzar rugidos en un idioma del que no pudo entender el americano la menor sílaba. La máquina volante que descansaba sobre su pecho levantó el vuelo, y los otros cuatro aeroplanos aflojaron los hilos metálicos sujetos á sus extremidades.

Tanto, que fué necesario rehacer la geografía administrativa de las colonias para ponerla al frente de un virreinato creado exprofeso para ella. En 1806 el ojo especulador de Inglaterra recorre el mapa americano y sólo ve a Buenos Aires, su río, su porvenir.

¿Porqué imponía el General Otis para la paz, condición tan humillante á un ejército que juntamente con el americano había derramado su sangre y cuya bravura y heroismo fueron celebrados por el almirante Dewey y otros jefes americanos?