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No era De Pas de los que solían quedarse al tertulín, como llamaban a la sabrosa plática de la sacristía después del coro. Si hacía bueno, los del tertulín acostumbraban salir juntos a paseo por una carretera o ir al Espolón. Si llovía o amenazaba, prolongaban el palique hasta que el Palomo hacía un discreto ruido con las llaves de la catedral y cada canónigo se iba a su casa.

Las llamas habían subido ya por la pared y habían empezado a cebarse en la techumbre que crujía y amenazaba desprenderse a pedazos. Tiburcio pasó impávido por la cámara. En pos de él pasó Miguel de Zuheros.

Ya ha creído algo ofensivo para su mujer... ¡Pero si yo sólo te quiero á ti! Luego se abrazó á él, besándole repetidas veces, á pesar de la resistencia que pretendía oponer á sus caricias. Al fin se dejó dominar por ellas, recobrando su actitud humilde de enamorado. Elena lo amenazaba graciosamente con un dedo.

Su energía, en una tensión exagerada desde hacia tantos días, semanas y meses, amenazaba con quebrantarse en el momento decisivo. Estaba en una de esas horas de angustia física y moral en las que el alma y el cuerpo se derrumban vencidos y claman desesperadamente en las tinieblas en que se agitan, como el Cristo en el huerto de las Olivas: «¡Señor, aparta de este cáliz

Doña Lupe la amenazaba con mandarla a la galera o con llamar una pareja, con escabecharla y ponerla en salmuera, y poco a poco se iba aplacando la fierecilla hasta que se quedaba como un guante. vi Maximiliano, gozoso de ver que su tía con aquel gran alboroto, no se ocupaba de él, poníase de parte de la autoridad y en contra de Papitos.

Aquella noche, después de comer, fueron todos a casa de doña Casta, donde debían reunirse para ir a paseo. Pero a poco de estar allí, entró Ballester diciendo que se había levantado un airote muy fuerte y amenazaba tormenta, por lo que unánimemente se acordó no salir; se encendió luz en la sala, y doña Casta dijo a Olimpia que tocara la pieza para que la oyeran Maximiliano y Ballester.

solo tendiste los brazos a Marta cuando todos y hasta mis mismos padres le volvían la espalda, llenos de frialdad y de desconfianza. ¡No pudiste conservármela, tío querido! Dios la llamó a , y cuando, cerca del cuerpo de mi mujer, mi razón amenazaba extraviarse, me tomaste la cabeza entre tus brazos y me hablaste como habría podido hacerlo un sacerdote. »Y triunfaste.

Ya era hora; mis ojos, extraviados por el terror, distinguieron á corta distancia una especie de muralla movible precedida de una masa espumosa que avanzaba hacia con la velocidad de un caballo desbocado. Esa muralla de barro, agua y piedras, era la que producía el terrible estruendo que me había despertado y me amenazaba.

Pero, aunque en mi imaginación buscaba las mejores razones para tranquilizarme, me asustaba de misma y partí con el secreto presentimiento de que me amenazaba una nueva desdicha. Tuve una travesía feliz, y llegué a Cartagena con un tiempo hermoso. »El viaje de la Corte había dado a las poblaciones una animación extraordinaria.