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¿Me habré vendido yo mismo, se preguntó el ministro, al maligno espíritu á quien, si es verdad lo que se dice, esta vieja y amarillenta bruja, vestida de terciopelo, ha escogido por su príncipe y señor? ¡Infeliz ministro! Había hecho un pacto muy parecido á ese de que hablaba.

De pronto, una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas... Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa á la popa, sin que ni una plancha ni un tornillo escapasen á la enorme dislocación... Después, un estallido de volcán, un haz gigantesco de humo y llamas, una nube amarillenta, de un amarillo de droguería, en la que volaban obscuros objetos: fragmentos de metal y de madera; cuerpos humanos hechos pedazos.

A mis pies las primeras calles de la ciudad, como extendidas en una alfombra de felpa amarillenta; la alameda de Santa Catalina; los edificios apiñándose a proporción que se acercaban a la Plaza; el poblado dividido por el río, y a orillas de éste el convento franciscano, lúgubre y sombrío, desolado y triste, como si llorara la ausencia de sus mendigos.

Primero se mezclan el amoníaco y el oleato, después se añade la goma laca y, por último, el aceite, mezclando todo bien; este líquido se aplica con una muñeca de tela, después se frota bien con un paño de lana hasta que se seque. PARA LIMPIAR FRANELAS. La franela no se lava nunca con jabón, porque se pone amarillenta; se limpia con lo siguiente: Harina 3 cucharadas. Agua 3 litros.

La fuente tenía una orla de rodajas de huevo cocido, y sobre la capa amarillenta que cubría el apetitoso animal, tres filas de aceitunas y alcaparras marcaban el contorno del lomo y la espina. Don Juan miraba, con la pala de plata en la mano. ¡Vive Dios, que le remordía la conciencia destrozar aquella obra de arte!

Su buen humor había desaparecido junio con los colores de su cara; una obesidad grasosa y amarillenta hinchaba su cuerpo; y al fin, un año después de abandonar la tienda, murió sin que los médicos supieran con certeza su enfermedad.

De cuando en cuando el soplo de las ráfagas otoñales desprendía una de las postreras hojas de vid, que caía arrugada y amarillenta sobre la mesa de granito, entre los dos amantes, produciendo un ruidito seco. ¡Pin! En los oídos de Baltasar resonaba la voz de doña Dolores, exclamando: «¿Chico, no sabes que las de García... ¡pásmate!, ganan el pleito en el Supremo?

Por la ventana, que el cura adornó con papelitos de colores imitando vidrios pintados, penetraba diagonalmente un rayo de sol, y al fondo, destacando sobre la cal amarillenta de la pared, se veía colgado de la percha un trapo largo y negro: era una sotana vieja que Tirso se dejó olvidada. Don José no pudo dominarse.

Corrió la gente curiosa, agrupándose en torno á Batiste y el gitano, que seguían con sus miradas la marcha del animal. Guando volvió Monote con el caballo, el labriego lo examinó detenidamente. Metió sus dedos entre la amarillenta dentadura, pasó sus manos por las ancas, levantó sus cascos para inspeccionarlos, lo registró cuidadosamente entre las piernas.

Joaquinita también me llamó. Hice como que no la oía y fui a sentarme entre la señora de Enríquez y Etelvina, un par de setentonas. Los remos, como grandes antenas, comenzaron a maniobrar sobre el agua amarillenta. Pasamos al lado de grandes vapores, cuyos vientres colosales, pintados de rojo, parecía que iban a aplastarnos.