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Algo más que el dolor de la esposa ultrajada vibró en los lamentos de Cinta. Era la rivalidad con aquella mujer de Nápoles que ella creía una gran señora con todos los atractivos de la riqueza y de un alto nacimiento; la envidia por sus armas superiores de seducción; la rabia por su propia modestia y su humildad de mujer casera.

Desde aquel día el negrero predijo a su protegido el más alto destino. ¡Dios sabe si se cumplió esta predicción! Al cabo de algunos años, una tarde que singlaba hacia la costa de África, el digno capitán de Kernok, que había bebido un poco más que de costumbre, estaba del más jovial humor.

¡Pimentó!... ¡Lladre! ¡asómat! . ¡Pimentó!... ¡Ladrón! ¡asómate! Y su propia voz le causaba extrañeza, como si fuera de otro. Era una voz trémula y aflautada por la sofocación de la cólera. Nadie contestó. La puerta seguía cerrada: cerradas las ventanas y las tres aspilleras del remate de la fachada que daban luz al piso alto, á la cambra, donde eran guardadas las cosechas.

Un padrino aprobaba; otro torcía el gesto, poseído de súbita belicosidad. No habían ido hasta allí para oír sermones. Que disparasen pronto las armas, y a escapar, antes de que pudieran sorprenderles. Los dos argentinos se miraban en lo alto del peñasco. ¡Pucha! ¡y qué bien habla el gallego!

Apenas saltaron á tierra los arqueros de la primera barca, mandados por el sargento Simón, se acercó á éste un obeso personaje ricamente vestido, que llevaba al cuello gruesa cadena de oro de la que pendía sobre el pecho enorme medalla del mismo metal. Sed bienvenido, alto y poderoso señor, dijo descubriendo una gran calva y saludando profundamente á Simón.

Esos siglos que os pintan como de grandeza y bienestar son justamente los más malos de nuestra historia, la causa de la decadencia española, el principio de todos nuestros males. ¡Alto ahí, Gabrielillo! dijo el Vara de plata . sabrás mucho, has viajado y leído más que yo, pero eso no cuela.

La ciudad de Honda es el límite ó centro de dos regiones enteramente distintas: hácia el sur y el oriente las admirables comarcas del alto Magdalena; hácia el norte las soledades infinitas, los desiertos ardientes y la monótona uniformidad del bajo Magdalena.

La Infanta Margarita Las Hilanderas Las Meninas La Infanta María Teresa El Príncipe Felipe Próspero De dos maneras son las vidas que se escriben de los grandes hombres: una reservada a los historiadores o críticos de alto vuelo, para quienes no tiene secretos la investigación ni obscuridad el discurso; otra a la cual basta el modesto propósito de que el vulgo pueda admirar lo que apenas conoce.

Uno alto, de madera robusta, con una manta escocesa olvidada en su regazo, rozábase con otro de junco, esbelto y elegante, que tenía un cojín lujoso en el asiento. Parecían requebrarse, continuando silenciosamente las conversaciones a media voz cruzadas durante el día.

La tierra del atrio sube más alto que el peristilo de la iglesia, y ésta se hunde, se sepulta entre el terruño que lentamente va desprendiéndose del collado próximo. En una esquina del atrio, un pequeño campanario aislado sostiene el rajado esquilón; en el centro, una cruz baja, sobre tres gradas de piedra, da al cuadro un toque poético, pensativo.