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No necesito nada, Clara, no necesito más que verte y que me mires con un poco de compasión. Ya que no la merezco, pero hay momentos en que una gota de compasión puede detener a la muerte, puede salvar un alma del infierno... Yo te lo pido, Clara, yo te lo imploro por la memoria de tu madre.

En El ermitaño galán se nos transporta á los tiempos primitivos del cristianismo. Abraham, mancebo egipcio de ilustre nacimiento, es el prometido de la bella Lucrecia, y piensa casarse con ella, cuando oye de repente una voz interior, que le dice que su apasionado amor á su futura esposa pervertirá su alma, alejándola de la senda de la salvación.

Luego, yo no soy soberbia, y no creo que yo solo soy hermosa: ¡ dices que yo soy hermosa! yo que fuera de hay muchas cosas y muchas personas bellas y grandes; yo que no están en todas las hermosuras de la tierra, y como a ti te caben en el alma todas, y eres tan bueno que te he visto recoger las flores pisadas en las calles y ponerlas con mucho cuidado donde nadie las pise, creo, Juan, que yo no te basto, que cualquier cosa o persona hermosa, te gustaría tanto como yo, y odio un libro si lo lees, y un amigo si lo vas a ver, y una mujer si dicen que es bella y puedes verla .

Esta en , es un hecho de nuestra alma, atestiguado por el sentido íntimo; pero el saber que este hecho es de experiencia, es una cosa muy distinta de la misma experiencia; pues que con saber esto, hacemos el tránsito de lo subjetivo á lo objetivo, refiriendo á lo exterior lo que experimentamos en lo inferior.

Tenía elegancia y sus modales eran en extremo distinguidos. Todo en él respiraba la delicadeza más escogida, los cuidados más solícitos; pero ni una palabra, ni una mirada que pusiera de manifiesto a los ojos de un extraño el secreto de su alma. Hasta había recobrado la alegría y la jovialidad; estaba menos distraído, y tomaba parte en las conversaciones.

Sin duda, el engaño no se le había presentado evidente de improviso: mientras el Príncipe había continuado amándola, ella había seguido esperando: creyéndolo, sintiéndolo su esposo en el alma, en la sinceridad de la conciencia, había esperado por largo tiempo, llena de esperanza. Y la desconfianza moral ¿había precedido, o seguido a la desilusión sentimental?

Además, se hallaba impaciente por que Carmen le revelase el motivo de su extraña súplica, mientras ella parecía completamente olvidada de dar a su amigo esta explicación. Tenía en aquella hora una actitud singular y extraña que acrecentaba su belleza dulcísima. Abstraída y silenciosa, mostrábase ajena a todo lo que no fuera oculto embeleso de su alma.

A no puede molestarme nada de lo que me diga una niña tan linda y tan simpática como usted manifestó el joven con su bella sonrisa de sultán. Me alegro de que haya sido únicamente aprensión.... Muchas gracias por las flores, si es que usted las siente, que lo dudo.... A me dolería en el alma causarle a usted un disgusto....

Su alma se regocijó contemplando en la fantasía el holocausto del general respeto, de la admiración que como virtuosa y bella se le tributaba. En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada. Ya no veía Anita la estúpida existencia de antes. Recordaba que la llamaban madre de los pobres. Sin ser beata, las más ardientes fanáticas la consideraban buena católica.

Pedir a Isidora que no insistiera, era como pedir al sol que no alumbrase. Era toda convicción, y la fe de su alto origen resplandecía en ella como la fe del cristiano dando luz a su inteligencia, firmeza a su voluntad y sólida base a su conciencia. El que apagase aquella antorcha de su alma, habría extinguido en ella todo lo que tenía de divino, y lo divino en ella era el orgullo.