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Le molestaba su apasionamiento por el muchacho, sin acertar á definir el motivo; tal vez por la indignación que inspiran las gentes aferradas á los errores nefastos, aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es que le molestaba la conducta de ella. Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó por hacer que se fijase otra vez en lo que estaba diciendo.

Alicia tomó cómicamente la mano de la joven, y sacudiéndola con fuerza: ¡Qué hermoso ejemplo de desinterés da usted, Mabel, no atesorando sus flirts y poniéndolos a la disposición de sus amigas! Pero, si Martholl no es mi flirt gimió Mabel, mirando con inquietud hacia Max Platel. Entonces, mejor, si es una tierra libre para conquistar continuó alegremente Alicia.

Sabía que estaba en la guerra; hasta creyó recordar que lo habían herido en los primeros combates. ¿Vivía aún?... Al hablar Alicia de su marido, tomó una expresión grave, con gran extrañeza de Miguel. En otros tiempos le trataba con cierto desprecio. Había aceptado la libertad de su esposa, con todas sus consecuencias, á cambio de una pensión enorme.

Después he pensado que no debes ser tan fiero como pareces... y he venido. Miguel, silencioso, parecía hablar con sus pupilas fijas en Alicia. ¿Y para qué había venido? ¿Qué negocios deseaba proponerle? Ella sonrió con una expresión de gracioso cinismo.

¡Qué expresiones tan extravagantes tienes, Diana! Alicia puede hacer lo que quiera para seducir a Martholl sin que yo me preocupe... ¿Sinceramente?... En todo caso, Alicia plantará algunos jalones para que vaya al five o'clock y a los bailes de su madre. Es una buena figura la de Huberto; deben disputárselo para adornar los salones.

Cuando ella deseaba venir á la iglesia, tenía que obligarle á que se marchase por una hora ó dos al atrio del Casino con sus compañeros de armas. ¡Las visitas del joven inválido representaban tanto para Alicia!... Eran como una caridad. Me forjo la ilusión de que es mi hijo. Sus pocos años y su uniforme ayudan á este engaño.

Entonces, ¿es por tu marido por lo que no realizas el viaje? preguntó Miguel, fingiendo hacer su pregunta de buena fe. Alicia se agitó ante tal suposición. ¡Pobre Delille!... Ella sentía otras preocupaciones. Su marido no era el único que había ido á la guerra.

Después de la sonrisa de saludo ya no le había mirado más. Sus ojos pasaron repetidas veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar á verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su triunfo. En el mundo sólo existían en aquel momento la baraja y ella. Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. Nada le importaba que Alicia se olvidase de él.

Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor dicho, que debía odiarlo lógicamente. Doña Clorinda estaba reñida con Alicia, y aquella marisabidilla que tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo de Novoa, como dos hombres que no se han hecho ningún daño particularmente, pero pertenecen á dos naciones en guerra.

De no entrometerse en la vida de los dos, Alicia, al verse sola en su desgracia, habría buscado más que antes el apoyo del príncipe. ¡Qué regalo les había hecho «la Generala» al presentar á este aventurero! En vano su razón intentó argüir que no era el oficial el que iba en busca de Alicia, sino ésta la que lo conservaba en su casa, aislándolo de sus antiguas amistades.