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Has hecho mal en no ir a la granja Dutot; estoy cierta que Alicia va a aprovecharse de tu ausencia para apoderarse de tu flirt. No le gusta que sus amigas tengan más éxito que ella, y este verano, no hay duda, eres quien ha tenido más éxito. Martholl era el punto de mira de todas las jóvenes que han pasado la estación aquí. Cada una de nosotras esperaba conquistarlo, ¡es tan chic!

Su apoderado quería reunir dinero, y falto de los envíos de Rusia, realizaba todo lo que él poseía en Occidente: créditos á su favor, adelantos hechos á sus protegidos, fianzas en depósito, hasta los préstamos de la princesa, que, según disposición suya, sólo debían exigirse en caso de ineludible necesidad. El estrujamiento general impuesto por las circunstancias había alcanzado á Alicia.

Avanzando su cuello entre los hombros de dos curiosos, vió á Alicia sentada á la mesa, con aspecto pensativo. Todas las miradas convergían sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras: fichas ovaladas de quinientos francos y rectangulares de á mil, llamadas «jaboncillos» en el lenguaje del Casino, á causa de su forma.

¡Y pensar que nunca habíamos venido aquí!... dijo Alicia . , á lo menos, posees tus magníficos jardines; pero yo, instalada en una «villa» que no es mas que una casa con unos cuantos árboles y teniendo por todo panorama el edificio de enfrente, soy tan estúpida, que me paso las tardes en el Casino, obscuro y cerrado como una bodega. ¡Qué horror! Se estremeció al pensar en el Casino.

Ninguno de los jóvenes que la rodeaban tenía su elegante presencia. ¿Qué más podía pedir? ¿No sería muy agradable pasearse por el mundo del brazo de tal marido? Diana tenía razón; era verdaderamente chic. En los momentos en que se preparaba el cotillón, alguien vino a decirle a Huberto: La señorita Alicia de Blandieres lo espera en el salón azul. Huberto se aproximó a María Teresa.

Hizo un ademán como si buscase el pañuelo en su bolso de mano. Miguel se acordó de aquel joven que Castro había visto en los últimos años al lado de Alicia. Tal vez era éste el que provocaba su emoción y le impedía hacer el viaje. «¡El amor! se dijo mentalmente . ¡El amor, cuando ya ha pasado la juventudQuiso torcer el curso del diálogo, y le preguntó por el duque de Delille.

Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con un gesto rotundo de negativa. Era inútil cuanto dijese. Se indignaba solamente ante la suposición de que le vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero que no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además, estaba seguro de perder. La duquesa se separó de él apresuradamente.

Se había encontrado en el Casino con «la Generala». Ella y Alicia acababan de reconciliarse una vez más, y para afirmar con una confidencia íntima la amistad rehecha, la de Delille le había contado su entrevista con el príncipe.

Luego, después de la bendición nupcial, que atrajo mucha gente a la iglesia, nos retiramos. Todos mis hijos venían junto a ; Cecilia y Alfonso habían llegado hacía poco; mi pequeñita Alicia estaba también; el tiempo era precioso: nos acompañaba toda la oficialidad con su música tocando alegres aires.

Lanzó una ligera exclamación, le miró un instante y volvió la cara, como si huyese de la interrogación de sus ojos. Había presentido la llegada de esto de un momento á otro, ¡pero la sorpresa de escucharlo en la realidad!... Hubo un largo silencio. ¿Qué contestas? preguntó al fin con timidez el famoso príncipe Lubimoff, adorado por tantas mujeres. Alicia volvió á mirarle.