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Unicamente la gloria de los guerreros, de los conquistadores sanguinarios, cuyos nombres son conocidos hasta en los lugares salvajes, podía igualarse con el dominio universal de la mujer. Para continuó Alicia , lo más hermoso y exacto que se ha escrito es lo del «banco de los viejos». El príncipe hizo un gesto de extrañeza, y ella continuó.

Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo ver un el hombre á un hijo, ¡y me privas de este último consuelo! ¡ te has llevado mi pobre alegría! Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de Martínez; y sintió de nuevo la comezón de los celos.

Alicia había unido á su moreno esplendor la ligera esbeltez, la soltura un poco amuchachada de su origen paterno. La princesa, ante la independencia de su carácter, creía verse también á misma cuando empezó á escandalizar á la corte imperial. Otro error. Ella había podido seguir los impulsos de su voluntad, sin miedo á los comentarios. Todo lo poseía.

Adivinó en los menores detalles que todo esto no había sido preparado para él, que Alicia vivía y comía cuando estaba sola lo mismo que en el presente, dominada por un deseo de diferenciarse de los demás hasta cuando nadie podía observarla.

Estabas llorando cuando yo llegué continuó, con una curiosidad insistente é inquieta. Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una risa agria, estridente, que nada tenía de natural.

La vegetación baja se componía de plantas silvestres de acre perfume y vida dura, insensibles á las emanaciones salitrosas; nopales, cuyas palas verdes estaban rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas puntas que se enredaban unas en otras como tentáculos de pulpos verdes. Admiró Alicia este jardín.

Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo señalan á un gran señor de origen ruso, y afirman que es el príncipe Lubimoff de LOS ENEMIGOS DE LA MUJER. En un cementerio que existe junto al camino de Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa Alicia.

¡Oh! ¡ arruinado! protestó Alicia . Lo tuyo no es mas que un apuro del momento. Lo de Rusia se arreglará un día ú otro. Además, eres el príncipe Lubimoff, el famoso millonario. Si yo tuviese tu nombre, ¿quién me negaría un préstamo?... Perdió de pronto la sonrisa audaz que había preparado para esta entrevista. Sus ojos se hicieron más obscuros; su boca se arqueó hacia abajo.

Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en los racimos de la vida. Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus atrevimientos de virgen loca. Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!... Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta.

Transcurrían los días sin que consiguiese repetir su paseo con Alicia por los jardines de Mónaco. Te amo decía ella . Puedes creer que no olvido aquella tarde... Más adelante haremos la misma excursión. Ahora no; cuál sería el final. Me es imposible... Pienso en mi hijo. No dudaba Miguel de esto último; pero algo más que la inquietud por el ausente ocupaba el pensamiento de ella.