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El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego avanzó hasta el borde del último escalón, pero sólo pudo ver un carruaje con la capota levantada, cuyos dos caballos emprendían el trote. ¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia su encuentro con Alicia!... El despecho le hizo juzgarse duramente; no había sabido hablar.

Nuestra existencia no es mas que un resultado de la voluntad. Formamos la vida á nuestra imagen; en vano nos quejamos contra el destino: somos lo que queremos ser. Alicia sólo podía terminar de un modo extraordinario, de acuerdo con su existencia anterior. El también ha vivido como no viven los demás hombres, y morirá con una muerte distinta á la de ellos. No siente dolor ni despecho.

Lo único que podía olvidar el príncipe eran sus asuntos personales cuando estaba al lado de Alicia. Sólo pensaba en el descubrimiento de aquel cautivo, del que dependía su felicidad. ¡El día que sepa con certeza que vive!... Verás entonces cuán distinta soy. No te aburriré con mis tristezas: encontrarás á otra mujer.

Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación de Alicia, había querido olvidar los pasados rencores, yendo espontáneamente á Villa-Rosa para consolarla. Como era muy patriota, aquel muchacho muerto en Alemania le parecía un héroe.

Esta mujer, dominada por su quimera, iba á olvidar el objeto de su visita, divagando sobre los caprichos posibles de la suerte, como Spadoni ó como el mismo Castro. ¿Y qué deseas de ? Alicia pareció despertar, y otra vez su sonrisa fué audaz y graciosa, como al principio de la entrevista, una sonrisa de solicitante que llega con la firme voluntad de conseguir lo que quiere.

Después de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», gimió Alicia al despedirle.

Había reflexionado mucho, antes de contestarse á mismo, cuando se hacía una pregunta igual á la de Alicia.

No la vi salir, pero me han contado que parecía una muerta, apoyada en el brazo de Valeria... Aseguran que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es jugador todo el que pretende serlo; se necesita un organismo fuerte. «La Generala» juega menos, pero tiene más serenidad, unas entrañas sólidas. Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia.

El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse. Vamos á mi estudio dijo Alicia . eres de confianza. Allí es donde como cuando estoy sola. Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta pieza que ocupaba gran parte del segundo piso, y en el que no pudo ver otros libros que los de un pequeño estante.

El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía enamorado, atribuyendo aquel duelo á la influencia de una mujer. Y siguió guardando silencio, mientras el profesor, por una asociación lógica, empezaba á hablar de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba agradables para Lubimoff. Igual interés sentía por su compatriota Martínez.