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Almundhyr sin embargo, mas inclinado á la paz que á la guerra, medió eficazmente para restablecer la concordia entre su padre Mohammed y el rey D. Alfonso. Con este motivo pasó á Córdoba el presbítero toledano Dulcidio, el cual cumplió su embajada tan á satisfaccion de ambos, que de vuelta á los estados de D. Alfonso se llevó consigo los cuerpos de S. Eulogio y Sta. Leocricia.

Alfonso contestó en seguida, con mucha cortesía por cierto, que él no había tenido la menor intención de mortificar la personalidad de un príncipe, de cuya casa tantos beneficios había alcanzado su madre, y que en aquel momento escribía al impresor para que se suprimiesen los versos que pudiesen molestar al señor duque de Orleans.

Desde el lunes, 22 de septiembre, estoy aquí completamente sola; he venido para presenciar nuestra pobre vendimia. Alfonso, Mariana, su madre y Julia, partieron el miércoles 17 para Montculot, en donde les han hecho un recibimiento como a los antiguos señores de otros tiempos. Fueron a darles la bienvenida las mujeres vestidas de blanco, y los hombres disparando al aire sus fusiles.

He podido conseguir de mi marido y de mis hermanos permiso para trasladar a mi Alfonso del colegio de Lyón al de los Jesuitas establecido en Belley, al lado de la frontera de la Saboya. Yo misma le he acompañado; y después de haberlo dejado bajo la confianza de los padres, he llorado mucho. 27 de octubre.

Alfonso me ha mandado esta carta, la cual encuentro, por desgracia, llena de razonamientos que convencen, pero que acaso interrumpirán las relaciones que tiene entre sus amigos, y entorpezcan su carrera diplomática. Yo considero que esto fuera una desgracia para mi hijo, pero, estoy contenta de que obre conforme a sus principios, aunque a trueque de perder su bienestar.

A pesar de lo horriblemente enfermo que me encontraba, tuve el tacto de continuar dormido, por lo que pudiera pasar. Sentí los brazos delirantes de mamá sacudiéndome. ¡Mi hijo querido! ¡Eduardo, mi hijo! ¡Ah, Alfonso, nunca te perdonaré el dolor que me has causado! ¡Pero, vamos! decíale mi tía mayor ¡no seas loca, Mercedes! ¡Ya ves que no tiene nada!

Esta pido, Alfonso, A tus pies, que besan Mis humildes labios, Ansí libres vean Descendientes tuyos Las partes sujetas De los fieros moros Con felice guerra: Que si no te alaba Mi turbada lengua, Famas hay y historias Que la harán eterna.

Al llegar a París no quise apearme en el mismo hotel donde se aloja Alfonso para no causarle una emoción de sorpresa demasiado fuerte y dolorosa, y porque yo temblaba con motivo de la carta del buen M. de Larnaud, ante el temor de que mi hijo estaría muy cambiado, y que semejante cambio podría afectarme de una manera muy visible a sus ojos, al encontrarme frente a frente sin ningún preparativo anterior.

Efecto de las separaciones de algunos miembros de la familia y por la quebrantada salud de mi padre, hay una larga interrupción en el diario. Martes, 4 de diciembre de 1824. Alfonso ha vuelto de París, sin haber conseguido ser nombrado miembro de la Academia Francesa; ha sido elegido en su lugar M. Droz.

Tened piedad de , Dios mío; tiemblo por lo que he de sufrir yo y por lo que habrán también de sufrir mis hijos Alfonso y Cesarina y mi buena amiga madame Paradis que necesita de en estos momentos. Valor y prudencia.