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La sociabilidad es la ley de esa raza; siempre se presentan en masa. Reunidos viven envueltos en las tenebrosas profundidades; juntos acuden en la primavera á participar de la alegría universal, á ver la luz del día, á gozar y morir. Destácase un brazo al Este que se mete por el Sund, obstruyendo la entrada del Báltico.

Quizá hubiera llegado a considerar con cierta alegría el tener que labrar la tierra, si le fuera dable obtener a Nancy Lammeter a ese precio.

aprenderás esto, aprenderás a poner tu fealdad a los pies de la hermosura, a contemplar con serenidad y alegría los triunfos ajenos, a cargar de cadenas ese gran corazón tuyo, sometiéndolo por completo, para que jamás vuelva a sentir envidia ni despecho, para que ame a todos por igual, poniendo por encima de todos a los que te han causado daño.

Allí podía tranquilamente encontrar la alegría de vivir ó abandonarme en paz á mis tristezas. Desde lo alto de mi oscilante asiento, seguía con la vista el hilo de agua, las islas é islotes de espuma, unas veces aislados, otras agrupados como archipiélagos, las hojas dando vueltas, los largos montones de hierba y los pobres insectos sumergidos, agitándose en vano contra la inexorable corriente.

Mas de pronto, comprendí que yo era desde aquel momento como una encarnación de lo sobrenatural, recibiendo de ella mi fuerza y sus atributos. No podía considerarme como un hombre, rebajándome con explicaciones humanas. Para no interrumpir la línea hierática de mi indiferencia, me abstuve de ir a sollozar de alegría, como me lo pedía el alma, sobre el vasto seno de la viuda de Marques.

Y el mismo gascón descorchó las botellas y sirvió a los presentes con gallarda alegría. Entonces pudo ver Pablo que las cinco visitas habían tomado completa posesión de su casa. Encendidas nuevas luces, estaban diseminadas por la sala, en familiares posturas y cómodos sitiales. El único que permanecía en un rincón, fosco y como inspirado, era fray Anselmo.

Qué júbilos de alegría sentía en el corazón y qué lágrimas de consuelo le corrían de los ojos al P. Caballero, confiesa él mismo que no lo podía explicar, acordándose que aquellos mismos que ahora con tanta veneración adoraban la cruz, y en ella á Jesucristo, eran los que poco antes adoraban á los demonios feos y abominables.

Una de las propiedades que caracterizaban á la joven condesa era el pasar fácilmente del pesar á la alegría. Su naturaleza sana y equilibrada rechazaba el dolor, como los organismos rechazan siempre los cuerpos extraños.

Ahora comprenderás en qué sentido digo yo que mi vida en París ha sido modesta. En cuanto a su desenfado y a su alegría, no es menester que entre yo en pormenores para que lo comprendas.

Y un ángel, una bellísima muñeca de nueve años, saltó del asiento del piano para caer en los brazos del niño, confundiéndose por un momento con sus besos, sus gritos, su risa, su alegría, sus almas inocentes y sus vidas inmaculadas, como se confundían los bucles de oro que rodeaban, como una aureola de rayos de sol, las preciosas cabezas de ambos. El niño se acordó al fin de sus premios.