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Tuve esta idea cuando estaba aquí sin habla, y al despertar me agarré a ella... Es la llave de la puerta del Cielo... Hijo mío, estate calladito, y no chistes, que si tu mamá se va es porque Dios se lo manda... ¡Ah!, don Plácido, ¿está usted ahí?...». , señora dijo el hablador entrando en la alcoba con los ademanes más oficiosos del mundo . ¿Qué se le ofrece a usted? La señora me ha encargado...

En cambio, insistiendo en los restos de coquetería, la Condesa, a solas en su tocador y alcoba, desplegaba consigo misma aquel mimo y esmero que sólo observa la mujer cuando se emplea, aunque honestamente, en el dulce servicio del amor.

Ana vio al gran Constantino que abría. ¿Qué pasa? Don Fermín... ahí en la sala.... ¡Ah!... me alegro. Entró la Regenta y doña Petronila se fue hacia la cocina, al otro extremo de la casa. «Si llaman, que no estoy», dijo a la criada. Y pasó al oratorio que tenía cerca de su alcoba.

Se abrió la puerta de la alcoba, y antes que nada, Bonifacio oyó distinto, claro, el quejido sibilítico de un recién nacido. «¡Su propia carne volvía a nacer llorando!». ¡Un niño, tiene usted un niño, señor! gritaba Eufemia, que entraba como un torbellino y llegaba hasta tocar al pasmado Bonis, sin reparar en que estaba el señorito en camisa en mitad de la alcoba.

Cuando se retiraron a su alcoba, Jacinta se esforzaba en aumentar su furor; quería cultivarlo, o alimentarlo como se alimenta una llama, arrojando en ella más combustible. «Esta noche me le como. Quisiera estar más furiosa de lo que estoy, para no dejarme engolosinar. Y eso que lo estoy bastante. Pero aún me vendría bien un poquito más de ira.

Aún rebuscaba en su falda las migajas sobrantes para aprovecharlas, cuando se oyeron crujidos de catre, carraspeos, los ruidos característicos del despertar de una persona, y una voz entre quejumbrosa y despótica llamó desde la alcoba cercana al portal: ¡Amparo! Se levantó la niña y acudió al llamamiento, resonando de allí a poco rato su hablar.

Pero aun admitiendo que el amante entre por la puerta principal, es siempre costumbre que en tal caso se aparezca el padre ó el hermano de la dama, viéndose el galán obligado á ocultarse en algún otro escondrijo, que siempre se tiene á mano, y así, la que sólo tenga una sala con una alcoba, puede ir á la comedia sin peligro.

Total, incluso manutención, obra de la alcoba, etc., según el estado de mi bolsillo y cartera, cerca del doble de lo que, en igual tiempo, gasto en Madrid con carruaje y espectáculos. »Veamos ahora mi expedición por la parte instructiva, por la del estudio, para el cual se receta siempre el campo.

Al otro lado del cuarto estaban las tres sillas. La niña quería descansar antes de ir a casa. Primero probó la silla grande; pero era muy alta. Después 45 probó la silla mediana; pero era muy ancha. Por último probó la silla pequeña; pero al sentarse en ella la hizo pedazos. Luego vio las camas en la alcoba, y quería dormir la siesta antes de ir a casa.

Había temporadas en que, después de los ordinarios servicios de la alcoba, para los que era irreemplazable el marido, Emma declaraba que no podía verlo delante, que el mayor favor que podía hacerla era marcharse, y no volver hasta la hora de tal o cual faena de la incumbencia exclusiva de Bonifacio. Entonces él veía el cielo abierto, tomando la puerta de la calle. Se iba a una tienda.