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Dorotea se quedó mirando de una manera imposible de hacer apreciar á la puerta por donde había salido el joven, y no reparó en que apenas aquél había desaparecido, el bufón había abierto las vidrieras de la alcoba, había adelantado en silencio, y se había sentado en la alfombra á los pies de Dorotea. No había querido salir por la puerta de escape, y lo había oído todo.

D.ª Eloisa y la criada se volvieron; marcharon hacia un rincón de la estancia y sollozaron fuertemente. La lluvia batía en aquel momento los cristales emplomados del balcón con triste repiqueteo. Las cortinas sucias ya, de muselina antigua, cernían tenue claridad en la alcoba.

Toda esta algazara llegaba a la alcoba de Juan, que se entretenía oyendo contar a su mujer y a su criado lo que pasaba, y singularmente el milagro del premio de Estupiñá. Lo que se rió con esto no hay para qué decirlo.

Emma seguía sintiéndose orgullosa del físico de su Bonis, como llamaba a Reyes; y al verle ir y venir por la alcoba, siempre de agradable y noble catadura a pesar de los oficios humildes en que allí se empleaba, experimentaba la alegría íntima de la vanidad satisfecha.

En la alcoba cercana está una enferma, con el sopor de la gravedad: fuera de la casa, á lo lejos, se oye afilar una guadaña, rayando el cristal negro de la noche con su chirrido. Alguien debe haber entrado en el jardín. Se asoman y no ven á nadie.

En tanto, el joven observaba que tenía demudado el semblante, cerrados los ojos, flojos y caídos los brazos; hizo un esfuerzo heroico, la cogió en sus brazos y la subió. La cabeza de la enferma descansó sobre sus hombros, y Lázaro notó que el contacto de su frente le quemaba el cuello. Tiene mucha fiebre dijo depositándola en el pasillo, porque Paz no le permitió que llegara á la alcoba.

Y el historiador debe hacer constar asimismo que el buen temple en que estaba Doña Paca se torció un poco al recogerse las dos en la alcoba, la señora en su cama, Benina en el suelo, por haber cedido su lecho a Frasquito.

Pero Salvador ya se alejaba, sin aguardar contestación, y Carmen se volvió al lado del moribundo, pensando en su amigo con agitación extraña, con vago arrepentimiento, mientras que doña Rebeca y su hija se oscurecían hacia un rincón, en amarga disputa.... Ya la muerte había llegado a la alcoba de Julio y se había aposentado encima de la cama.

Hemos concluido, te digo que hemos concluido... Bien, me acuesto porque quiero, no porque me lo mandes... ¡Vaya!...». Poco después se oía en la alcoba lo siguiente: «Que te estés quieto... No vayas a creerte que ahora te voy a perdonar. No, si no me engatusas... ni hay tilín que valga. Ya van quince y raya. No están los tiempos para perdones, caballerito.

Pero al reconocerse bien despierta y al observar que continuaba el ruido, se incorporó en el lecho, puso atención.... Se oían pasos en la casa... tocaron suavemente a la puerta de su alcoba... sonó una voz.... Sola saltó instintivamente 25 de su lecho. Empezó a vestirse a toda prisa.... No acertaba a vestirse.... Soy yo.... Espera... un momento.... Espera que me vista....