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¡San Miguel, San Bernabé! exclamó dejando caer su tabaquera con un ruido tan seco, que el gato extendido en una poltrona saltó a tierra con un desesperado maullido. Mi tía que dormía, se despertó sobresaltada y gritó: ¡Ah, bestia! Dirigiéndose a mi, y no al gato y sin saber de qué se trataba. Pero este epíteto componía invariablemente el exordio y la peroración de todos sus discursos.

-Pues, ¿éste es el cuento, señor barbero -dijo don Quijote-, que, por venir aquí como de molde, no podía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo!

, después de dar mil vueltas, vienes a ... Pues mira, simplona, te juro que en este momento, vista tu terquedad en no dejarte curar, debiera yo ponerte los puntos..., y si no fuera por esta...». Se levantó, y, tomando un retrato que sobre la mesa estaba, lo mostró a Isidora. «¡Ah!, tu novia... Ya que te casas pronto, maulón. ¿Sabes que no vale nada? Te pego si lo vuelves a decir.

¡Ah! si la abuela quisiera ser razonable, qué felices seríamos... 24 de octubre. Hay personas a quienes la suerte se complace en jugar malas pasadas. Y ese es mi caso... Creía la paz asegurada enteramente entre la abuela y yo y me preparaba a gozar de nuevos días de serena tranquilidad, cuando esta mañana la abuela me dirigió este discurso: Hija mía, puedes hacerme justicia...

¡Ah, madre! ¡cómo no lo he de amar, después de todo lo que ha hecho por nosotros! Es precisamente porque se ha conducido como un hijo admirable, que te pongo en guardia contra una inclinación que no es tal vez amor, sino un gran, un vivo reconocimiento; porque, desgraciadamente, no es cumpliendo su deber, como un hombre consigue atraerse el amor de una joven.

Y subió de dos en dos los peldaños de una escalera, atravesó algunas habitaciones, y entró en la que Dorotea se encontraba todavía inmóvil y dominada por su mudo dolor. Ven conmigo la dijo el bufón asiéndola de una mano. ¡Ah! ¿sois vos? Ven conmigo... yo te salvaré... yo te consolaré... pero ven, ven... no perdamos un momento.

¡Ah pícaro! exclamó Nucha cogiéndole y sacándole afuera, a la luz del corral . ¡Te voy a desollar vivo, gran tunante! ¡Ya sabemos quién es el zorro que se come los huevos! Hoy te pongo el trasero en remojo, donde no lo veas. Agitábase y perneaba el ladrón en miniatura; Nucha sintió lástima, imaginándose que sollozaba con desconsuelo.

Por eso no ha estado Clori de tertulia; pero es mi vecina, y su madre consiente en que venga conmigo de paseo, en compañía de mi madre. Si mañana quiere V. ser nuestro acompañante, iremos á las huertas, á las diez, después del almuerzo, por sendas en que haya sombra. Clori vendrá, y V. conocerá á Clori. Iré con mucho gusto. ¡Ah, tío!

Makaraig se detuvo. ¿Y cómo influir? preguntó un impaciente. El P. Irene me indicó dos medios... ¡El chino Quiroga! dijo uno. ¡Ca! Valiente caso hace de Quiroga... ¡Un buen regalo! Menos, se pica de incorruptible. Ah ya, ¡ya lo ! esclamó Pecson riendo; Pepay la bailarina. ¡Ah, ! ¡Pepay la bailarina! dijeron algunos.

Ella, la buena pieza, palidecía de rabia, tal vez porque no podía atrapar de nuevo a su Rafael, porque éste, cansado de inmundicia, la abandonaba para siempre. ¡Ah, la perdida! ¡la ramera!