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Cae la tarde; el amigo a quien esperas, no viene; la mujer querida está lejos, y aún no te llaman para comer. Luego el tiempo cierra en lluvia; y , apoyada la frente en la vidriera del balcón, te aburres viendo la inmensa comba de agua que se desprende de las nubes.

De su limpieza no digo nada: que el agua que corre no es más limpia, y debe de tener agora, si mal no me acuerdo, diez y seis años, cinco meses y tres días, uno más a menos. En resolución: de esta mi muchacha se enamoró un hijo de un labrador riquísimo que está en una aldea del duque mi señor, no muy lejos de aquí.

En el inmenso círculo del horizonte no se ve más que agua ó tierras arrastradas por el río y depositadas en capas por partículas sucesivas; sólo al Este se distinguen algunas cimas rocosas de los montes Alpinos, azules como el cielo, y hacia el Norte aparecen vagamente las cimas cónicas de Beaucaire, al pie de las cuales empieza el antiguo golfo marino que los arrastres del río han llenado poco á poco.

Uno seca terrenos pantanosos, construyendo canales subterráneos que desembocan en el arroyo y aumentan su caudal; otro lo empobrece, al contrario, haciéndole sangrías á derecha é izquierda para regar sus campos; otro aun, rebaja su nivel medio limpiando el fondo, destruyendo las aristas de las piedras en las corrientes y cascadas, mientras que en otra parte, los industriales, elevan la superficie del arroyo, construyendo presas para llevar el agua á sus fábricas.

Se partía un costado de la nave, sin que ésta hiciese agua, y seguía navegando á velas desplegadas, con el rey, las damas de su corte y el séquito de barones cubiertos de hierro. Veinte días después llegaban á Valencia sanos y salvos, como todo navegante que en momentos de peligro pide auxilio á la Virgen del Puig.

Gritaron las mujeres, se conmovieron los hombres, acudieron los criados. Todos están tan asustados que no saben más que gritar: ¡Un médico...! ¡una jofaina...! ¡un vaso de agua! El vómito fue terrible. Pensaron que se quedaba en él. Cuando cesó le transportaron a una cama en las habitaciones que había ocupado Tristán de soltero.

Pero allí estaba Batiste como centinela de su cosecha, desesperado héroe de la lucha por la vida, guardando á los suyos, que se agitaban sobre el campo extendiendo el riego, dispuesto á soltarle un escopetazo al primero que intentase echar la barrera restableciendo el curso legal del agua.

La tristeza, como si fuera un ser viviente, se posó en su pecho y le clavó las garras en el corazón. Así permanecieron ambos, estrechamente unidos, mientras fuera, en el jardín, caían gruesas gotas de nieve derretida, y todo era claridad, luz radiante. Se oía, hacia el estanque, una risa jovial; era Pomerantzev, que echaba al agua barquitas de papel y se reía, lleno de júbilo.

Esto es, al menos, lo que nos han dicho los geólogos después de haber hecho remover el suelo por los campesinos y haber observado durante largo tiempo en la llanura y las vertientes de las colinas las arenas, las piedras y arcillas arrastradas en otras épocas por la corriente. Parece que el Sena arrastraba en otro tiempo en sus grandes crecidas un caudal de agua como el Misisipi.

La tromba subió hasta la cumbre, envolvió completamente la montaña, oscureció cuanto habíamos visto, reproduciendo la noche con sus grandes horrores, y vomitó sus cataratas de granizo menudo y dardos de agua sobre la cima que el sol acababa de dorar con sus lenguas de fuego. Todos volvímos al hotel y solicitamos el sueño.