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La Acción Francesa le apoyará; saldrá usted con dos conservadores, que se disfrazarán de moderados; yo y Chaulard, el liquidador, corremos con los gastos...» ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar...? Hubiese aceptado. ELOY. ¡Yo lo rechacé! ¡No se ha hecho ese pan para mis dientes! EL JUEZ. ¡Bah! ¡La cuestión es comer!

El proyecto fue aceptado con desdeñosa condescendencia por parte de Tonito, con sumisión entera por la de Currita, y Celestino Reguera quedó encargado de traer al día siguiente dibujos para el traje de la dama que había de representar la reina blanca, y un soberbio juego de ajedrez, trabajado admirablemente en el Japón, cuyas grandes piezas de marfil podrían ser copiadas en los demás trajes de la cuadrilla.

Más de una vez he comprobado con asombro y tristeza los extremos a que los ha conducido la lógica implacable de sus adversarios y que ellos han aceptado con lealtad y entereza.

Sólo vio una cosa: el deber, que consistía en no abandonar a su madre anciana y enferma. En este deber aceptado y cumplido con toda su naturalidad, halló su felicidad. Por lo demás, siempre en el cumplimiento del deber, es donde se encuentra la felicidad.

En Cataluña y las Provincias todo progreso es aceptado con entusiasmo y constancia por las poblaciones. En ellas no existe la mendicidad; los mendigos que se encuentran en algunas ciudades catalanas proceden casi todos de Aragon, de donde bajan á explotar las plazas industriosas y comerciales.

Don Germán, que había aceptado con semblante risueño por no disgustar a Elena el traslado de domicilio, se aburría mortalmente en la corte. Sólo la ópera y algunos conciertos le indemnizaban de aquellas horribles horas de paseo con los coches en fila viendo cruzar a su lado una ristra de rostros contraídos y de cuellos almidonados.

»Y he aceptado el encargo de escribirte esta carta violentándome mucho, porque la pena que ha de causarte: pero ten la seguridad de que nadie participará de ella tan sinceramente como tu antigua y buena amiga, Manuel estuvo abatidísimo durante la lectura de la carta, y concluida, interrogó a su amigo con la mirada, invitándole a que hablase. Pepe lo hizo así: ¿Qué quieres que te diga?

Pues tocante a lo del convite, yo con alma y vida le doy por aceptado desde luego, mi señor don Alejandro... Del chico, no qué decir a ustedes: siempre me saldrá, por disculpa, con lo de costumbre cuando le conviene esconder el bulto: con que no puede faltar uno de nosotros de aquí, sabiendo, como sabe, que el mancebo se sobra y se basta, , señor, para el servicio ordinario; porque bien acreditado lo tiene... eso es... Pero en un caso como éste, puede que vaya... Irá, señor, irá.

El argumento analógico del tabernero no fue bien aceptado por el herrador, que era un hombre fundamentalmente opuesto a los términos medios. ¡Bah! ¡bah! ¡bah! dijo con nueva irritación, dejando el vaso , ¿qué tiene que ver aquí el olfato? ¿Un fantasma le ha puesto nunca a nadie negro el ojo? Eso es lo que desearía saber.

Y con estas palabras reveladoras de una feroz alegría maternal, creía librar a su hijo de un peligro; como si después de haber aceptado el matrimonio con Dupont por su gran fortuna, le inspirase éste repugnancia. Pensaba con orgullo en los millones que tendrían sus hijos, y al mismo tiempo despreciaba a los que los habían amasado.