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Una cabeza de madonna prerrafaelista, con ojos de un azul verdoso, muy inquietante; habla el francés con un acento inglés apenas perceptible. Llega la primera a clase y se instala ante su lienzo. El modelo está ya allí: es un mozo fornido, completamente desnudo; pero que lleva, por decencia, unos minúsculos calzoncillos rojizos. EL MODELO. ¡Señorita White...! Llega usted antes de la hora...

Adivina lo que puede ser; indecisa, no acierta a qué parte correr primero: en esto oye un profundo gemido, y cree ¡oh dolor! ser el acento de su amante.

»Aun cuando mi acento debía revelarles que no se trataba de una desgracia muy grande, sobre todo para ellos, vi que ambos temblaban. » , hijos míos, , me veo obligado a renunciar a mi sueño dorado, que consistía en hacer el viaje los tres juntos.

No, hijo mío, no respondió el doctor. Precisamente porque está mucho mejor he querido hablar contigo. Siéntate, pues, y hablaremos. Obedeció Amaury sin replicar, mas no libre de inquietud, porque el acento del doctor, por lo solemne, le revelaba que iba a tratarse allí de algún asunto muy serio.

Era adorable ver á la impermeable mujer, cada vez que una copa de brandy apaciguaba por un momento el mal, y que el buen marido la tranquilizaba á propósito de algún corcovo terrible del buque azotado por las olas hinchadas, era de ver cómo, mirando á su Adán con la inefable dulzura de la chispa, le decia con el acento mas patético: «Ah, mon marí! nous nous aimons comme si nous avions seize ansEn seguida venian los apretones de manos, los abrazos, los besos á hurtadillas, hasta que hecha la digestión marítima de la última copa de brandy, la amorosa consorte exclamaba con voz agonizante, siempre en francés: «Oh, mon marí! je meurs!

¿Y su padre? ¿hace mucho que murió?... me preguntó con un acento lleno de ternura. Veintidós años, cuando yo era un niño... le contesté. Es triste sin padre y sin madre, tan joven... Muy triste, Blanca. Y tanto más, cuanto que usted no tiene fortuna y la fortuna es hoy indispensable en Buenos Aires. Sin fortuna la vida debe ser abominable. Al menos, yo no la concibo. ¿No cree usted en el amor?...

La monja la miró sorprendida por el saludo, sólo usual en el convento; pero no dio señales de conocerla. Sea siempre con ella, señora... No tengo el gusto... respondió con marcado acento francés. ¿No se acuerda de la hermana San Sulpicio?

¡Es una desgracia, es una verdadera desgracia! murmuró con más abatimiento aún Barragán. ¿Qué desgracia es esa? ¿Qué ha pasado? profirió el joven en el colmo de la impaciencia. Barragán, que parecía más inclinado a las vagas lamentaciones que a las confidencias, repitió cada vez con acento más desolado: ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza!

Poco después vió venir nuestro viajero á tres segadores que cantaban á voz en cuello, con acento y jerga tan diferentes de cuanto hasta entonces había oído en su convento, que más bien le parecieron hombres de otra raza expresándose en lenguaje bárbaro. Llevaba uno de ellos una garza que habían cogido en la ciénaga vecina y se la ofreció á Roger por dos cornados.

En solo media hora he ganado 20.000 pesetas con mi juego de alternativa... El croupier va cantando con un acento muy francés: Siete... Cuatro... Encagnado gana et colog. ¡Qué le vamos a hacer! suspira el viejecito. Y vuelve a jugar a negro. Su cara está alegre, sonriente, satisfecha. Se ve que este hombre, tan próximo al umbral de la otra vida, lo traspasará sin temor alguno.