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, la señora tiene la desgracia de estar ciega respondió Cirilo tristemente. Hubo una pausa y al cabo la mujer profirió con acento desesperado: ¡Ciega quisiera estar yo para no ver lo que veo en mi casa!

¡Es necesario! insistió Francisco con mayor energía. Había en su acento algo tan imperativo que ya no resistió más. Venga usted murmuró con sorda resignación.

Os amaré si merecéis que os ame dijo doña Clara volviendo á apagarse, por decirlo así. Y luego, con acento reposado, mientras don Juan suspiraba dominado por la firmeza de carácter de su mujer, ésta continuó: Llegó por acaso mi padre á tiempo de recibir la última mirada, la última sonrisa de mi madre.

El abad apartó de ellos la vista para fijarla en el principal culpable, quien lejos de mostrar temor é inclinar la frente sostuvo con toda calma la mirada furibunda de Fray Diego. ¿Qué alegáis en vuestra defensa, hermano Tristán? Poca cosa, padre mío, fué la contestación del joven, dada con el pronunciado acento sajón que por entonces caracterizaba á los campesinos ingleses del Oeste.

Teodoro se inclinó, y besando la frente de la Nela, dijo así con firme acento: Mujer, has hecho bien en dejar este mundo. Florentina se echó a llorar, murmurando con voz ahogada y temblorosa: Yo quería hacerla feliz, y ella no quiso serlo. Adiós ¡Cosa rara, inaudita!

Pues que quieras o no quieras dijo Venturita retrocediendo de espalda hacia la puerta, me casaré. Doña Paula quiso castigar la insolencia; pero la niña salió precipitadamente, sujetó la puerta, y entreabriéndola después, dijo con acento rabioso: ¡Me casaré! ¡me casaré! ¡me casaré! Al día siguiente, Gonzalo recibió una carta de ella, que decía: «Ayer hablé con mamá. Se ha enfadado mucho.

Y levantando un revenque que tenía en la mano pareció dispuesto á poner de acuerdo sus actos con sus palabras. Los indígenas hicieron plaza al recién llegado y éste se encontró solo en presencia del jefe del puesto. ¿Ha desembarcado usted del pequeño navío inglés; caballero? , dijo Tragomer con un fuerte acento inglés, he desembarcado para todo el día.

Una palidez biliosa, lívida, terrible, cubrió las mejillas de la comedianta; sus ojos irradiaron una mirada desesperada, tembló toda, y exclamó con acento opaco: ¡Conque me ha engañado!... ¡conque me ha mentido!... ¡ya lo sospeché yo!... Quevedo le trajo ayer á mi casa... , , veo claro... muy claro... ¡ya se ve!... ¡como yo soy... ó era la querida del duque de Lerma!... ¡oh! ¡han querido tener en un instrumento!... ¡ese maldito don Francisco, que lee en el alma... que adivinó que yo me enamoraría de él... que me volvería loca por él!... ¡oh! ¿quién había de creer que Quevedo fuese tan villano? ¡oh! ¿quién había de pensar que un joven de mirada tan franca y tan noble, sucumbiría á tal bajeza... á tal crimen?... ¡enamorar á una pobre mujer que vive tranquila, resignada con su fortuna... hacerla odioso su pasado y desesperado su presente... matarla el alma!... ¡oh! ¡qué crimen, qué crimen... y qué infamia! ¡Es necesario que aunque yo me pierda se acuerde de ! ¡Es necesario que yo me vengue!...

Mas allá departen sobre el precio de los pellejos de vino algunos manchegos cosecheros, ó echan sus cuentas sobre la escasez de los trigos, á la puerta de un ventorrillo de esquina, entre uno y otro largo trago de Valdepeñas; con la manta amarillenta de lana burda recogida sobre un brazo, medio levantado por delante el fieltro de anchas alas, y dándole á la conversacion ese acento perezoso de los paisanos del inmortal Caballero de la triste figura.

Si dijese: «Por tan solo vivo! «Esbelta ninfa, la del talle airosoTal vez volviendo tu semblante hermoso Me contestáras con acento esquivo. Si dijese: «Feliz el que adores, «Graciosa niña, de amorosa bocaAbriendo el labio que al amor provoca Me llenarias de ásperos rigores.