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Comió toda la familia, y era tal la fiebre de la novedad, el entusiasmo por la adquisición, que varias veces Batistet y los pequeños escaparon de la mesa para ir á echar una mirada al establo, como si temiesen que al caballo le hubieran salido alas y ya no estuviese allí. La tarde transcurrió sin ningún accidente.

»Hace cuatro días, cuando esperaba la llegada de Manuel, recibí un telegrama puesto por el cónsul de España en el Havre, que es antiguo amigo mío, y que estaba redactado en estos términos: »Ocurrido grave y desgraciado accidente a Manuel al desembarcar procedente de América. Conviene venga V. por primer tren.» »A las pocas horas de recibida esta triste noticia, llegué al Havre.

De este modo se trataba de un simple accidente; me había faltado el pie y el rodillo, no pudiendo ser detenido repentinamente, me había aplastado... ¡Qué monstruos! , madre mía.

Al recobrarla lenta y oscura, la voz del señor Poenco fue el accidente que me dio a conocer que había mundo. Lord Gray había desaparecido. Reconocime y me encontré estúpido; pero la vergüenza, motivada por el recuerdo de mi envilecimiento, vino más tarde. ¡Y qué vergüenza aquella, señores! Mucho tiempo tardé en perdonarme.

Gracias a este accidente la patrulla le ganó considerable distancia; anduvo cerca de alcanzarle. Pero antes que esto sucediese, el forajido, alzándose con extremada presteza, huyó más ligero que el viento. Don Roque disparó los dos últimos tiros de su revólver, gritando siempre: ¡Date, ladrón! Desapareció por la esquina de la Rúa Nueva.

Montalván continúa la narración de los acontecimientos, que inmediatamente se sucedieron, de esta manera: «Después de haber servido Lope largo tiempo al Duque, residiendo ya en Madrid, ya en Alba, se casó con Doña Isabel de Urbina. La dicha de este matrimonio desapareció bien pronto por un accidente desagradable.

Al ver la dolorosa impresión que esta desgracia produjo en los habitantes de la ciudad, hubiérase dicho que cada uno de ellos había perdido a su madre como yo a la mía. A los médicos no les pareció mortal el accidente, pero cuando se levantaron las vendas de la primera cura, el mal apareció con toda la gravedad que revestía.

Volvió, no cuándo, a iluminar turbiamente mi espíritu la noción de la vida; sentí un frío intensísimo, y sólo este accidente me dio a conocer la propia existencia, pues ningún recuerdo de lo pasado conservaba mi mente, ni podía hacerme cargo de mi nueva situación. Cuando mis ideas se fueron aclarando y se desvanecía el letargo de mis sentidos, me encontré tendido en la playa.

Entonces es el alma sujeto y causa; se halla en ella la razon de substancia con respecto á cosas en que lejos de ser causa, es solo paciente. Si no me engaño, este ejemplo es concluyente del todo, para demostrar la existencia de una línea divisoria entre el carácter de causalidad y el de substancia, y el de efecto y accidente.

Tengo, pues, que prever con firmeza mi próxima desaparición... No se aflija usted, amigo mío... Harto sabe usted que este accidente de la muerte es inevitable y que lamentarse por esa ley de la Naturaleza es tan vano como lo sería el llorar diariamente cuando viene la noche. He cumplido sesenta y ocho años, he pasado del término medio de las vidas humanas, y no tengo derecho a quejarme.