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Al fin de esta hoyada, es decir, a los comienzos de la loma segunda, está el Pedregalón, con la boca abierta a muy poca altura del suelo y encarada a la ruta que llevaban los expedicionarios.

Olvidada de molestias y humillaciones de la cárcel, no tenía seso ni corazón más que para raciocinar sobre aquel problema y dolerse de él; porque , era un problema semejante a una llaga, un problema que la enloquecía como un logogrifo indescifrable, y la lastimaba como una úlcera abierta en lo más delicado y profundo de sus entrañas. La pavorosa duda tenía alternativas y lances de batalla.

¡Juan! exclama, y la fusta que tiene en la mano cae al suelo con ruido. Un silencio de muerte se esparce por la sala llena de gente, y los bebedores contemplan con la boca abierta al intruso.

Stein se hallaba en una pequeña antesala. Estaba abierta una puerta que daba a una sala contigua. Stein se acercó a ella. Apenas habían echado sus ojos una mirada a lo interior de aquella pieza, cuando quedó inmóvil y como petrificado.

Para conseguir esto, es necesario prescindir de la suspicaz y sistemática enemiga que nuestra burocracia mantiene contra esta raza mezclada, y dejar á un lado temores imaginarios que hacen apreciar á las Filipinas como fosa siempre abierta para el europeo.

La cama se hundió; rodamos por el suelo; y rodando llegamos al monte de maíz. Entonces salió la luna; entraron sus rayos por la ventana que yo dejara abierta, y vi a mi robusta aldeana, en pie, hundida una pierna entre los granos de oro y la rodilla de la otra clavada sobre mi pecho.

Y cuando la puerta estuvo franca, como nada había ya que guardar allí, se volvió dejando la puerta abierta y murmurando por las escaleras: ¡Ya lo creo! con una mujer como esa ya puede uno hacer lo que le la gana. ¡Dios de Dios! en mi vida he visto otra tan hermosa. Entre tanto doña Clara y don Juan estaban estrechamente abrazados, mudos, en el primer momento de alegría.

Tal parece como si cada ventana abierta remedase un bostezo de la ciudad, y cada puerta cerrada el sueño profundo de los 33,000 habitantes de aquella capital-cuartel.

Perfectamente contestó Edmundo. ¿Ocurre algo? Nada. Sucedió una pausa, una pausa embarazosa. Edmundo continuaba con la puerta abierta; León recurrió a su dedo, que mostró a Edmundo. ¡Se peleó con él el maldito bribón! dijo, y partió en seguida.

Es por esta razón qué se tomaban disposiciones para que en la mala estación época en que había poco trabajo y las horas parecían largas varios vecinos tuvieran sucesivamente mesa abierta. Así que los platos del squire Cass no eran tan frescos ni tan abundantes, sus convidados no podían hacer mejor cosa que trasladarse a la casa del señor Osgood, en los Huertos.