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Y vino Golfín y le vio, y con su ruda bondad infundiole ánimos y la esperanza que comenzaba a perder. La dolencia no era grave; pero la curación sería lenta. «Paciencia, muchísima paciencia, y cumplimiento exacto, escrupulosísimo de lo que yo prescriba. Hay un poco de conjuntivitis, que es preciso combatir con prontitud y energía». ¡Pobre, desgraciado Bringas!

Trato frecuentemente de penetrarme de lo que recuerdo haber escrito una vez, esto es, que yo no quería considerar esta vida más que como un purgatorio, y que todas las penas que Dios me envíe debo encontrarlas dulces en comparación de las que yo merezco.

A fe, señor don Pablos, que si yo lo oyera, que yo le acordara de que tiene las espaldas en el aspa de San Andrés. Entonces, muy afligido el alcaide, respondió: ¡Ay, mujer, que callé porque dijo que en esa teníades vos dos o tres madejas! Que lo sucio no os lo dijo por lo puerco, sino por el no lo comer.

Me encuentro perpleja; pues temo causar una decepción a mi padre. Por otra parte, ese casamiento reúne bajo los otros puntos de vista todo lo que yo puedo desear; en fin es un cumplido caballero. Mas, supuesto que no le amas, Blanca... Mi padre me asegura que le amaré después, y que para ser felices en el hogar, no es necesario el amor.

48 Mi libertador de mis enemigos; también me hiciste superior a mis adversarios; de varón traidor me libraste. 49 Por tanto yo te confesaré entre los gentiles, oh SE

No cesó un instante en el resto de la noche de mirarme. Y tras aquellos ojos dilatados que me habían visto así, yo veía a mi vez la tara neurótica, al tío internado, y a su hermano menor epiléptico... Al día siguiente la hallé respirando Jicky, su perfume favorito; había leído en veinticuatro horas cuanto es posible sobre hipnóticos.

Un rato estuvo sentada en el sofá, oyéndole disparatar y aguardando a que avanzara un poco la mañana par avisar a doña Lupe. Antes de ir a lavarse, pasó por la alcoba de su tía, que ya estaba vistiendo, y le dijo: «Hoy está atroz... ¡pobrecito!... A ver si usted le puede calmar». Voy, voy allá... Veo que sin no os podéis gobernar. Si yo faltara... no quiero pensarlo.

Y entonces él me dice: Yo he oído a Martínez de la Rosa: ¿usted ha oído hablar de Martínez de la Rosa? ¿Quién no ha oído hablar de Martínez de la Rosa? , que le he oído nombrar mucho. Y el viejo me mira satisfecho y prosigue: Era un orador... Al llegar aquí tose pertinazmente y se aliña después la barba. Era un orador...

Si viniera don Gil con nosotros, no se incomodaría usted. Vaya, ya empieza usted con sus bromas, don Javier. ¿Y cuándo se casa usted doña Leoncia? ¿Yo casarme? ¿Yo? dijo doña Leoncia con mal disimulada satisfacción. Pues sepa usted que se lleva un buen mozo. Don Gil es hombre que hará carrera ... está en buena edad....

Buenos soldados, pero incapaces de realizar los milagros que todos les atribuían. ¡Ese Tchernoff! exclamaba Argensola . Como odia al zar, encuentra malo todo lo de su país. Es un revolucionario fanático... y yo soy enemigo de todos los fanatismos.