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Mohammad le respondió: en apariencia la senda de la vida de los reyes parece llena de flores aromáticas; pero en verdad son rosas con agudas espinas: la muerte de las criaturas es obra de Dios, y principio de bienes inefables para los buenos; y sin ella yo no seria ahora rey de España.

Mi querido amigo: La cariñosa carta de usted me mueve á escribirle de nuevo, y no poco. Si usted no hubiese escrito ya en verso y en prosa muchas cosas buenas, y si usted no diese esperanzas fundadísimas de escribir otras mil infinitamente mejores que los catorce sonetos, tendría usted razón en decir que yo le mataba.

Debe usted ser dichosa en amores. lo he sido, porque nunca tuve un novio tan insignificante como usted. Por más que usted piense otra cosa, doña Demetria, sigo creyendo que usted y yo haríamos una pareja muy linda... Ya sabe usted que en cuanto esos labios de coral pronuncien el ansiado , encargo el trousseau á Madrid... ¿Le gustan las camisas abiertas, D.ª Demetria?

¿Y he dejado de ser su amigo? Por lo menos ya no es el mismo. Yo me explico muy bien su adoración por Adriana, y yo a ella la quiero también, con toda mi alma. Y en mi cariño de amiga hay además un mérito que no tiene la adoración suya... Un mérito que usted ha de ignorar siempre...

42 Entonces el rey envió, e hizo venir a Simei, y le dijo: ¿No te conjuré yo por el SE

Dices que no puedes estar en todo, y yo pregunto que por qué razón no ha de limpiar Paquito los cubiertos cuando viene de la clase. ¿Pues qué? ¿Un señor licenciado desmerece por esto? Pues su padre lo ha hecho y lo hará cuando recobre la vista... También estoy seguro de que no haces quitar a los niños los zapatos cuando vienen del colegio, y ponerse los viejos.

Anda más de prisa... Ten firme... Aquí, sobre este banco... ¡Santo Dios! ¡si me parece que sueño!... Arrolla la colchoneta por esa punta para quesirva de almohada... Así... Ahora convendría reaccionarla; pero ¡cómo?... Con qué tenemos; pero ¡cómo? vuelvo a decir... Destapa ese otro banco y saca cuantas ropas haya dentro del cajón... ¡En el aire!... Yo, al armario de las bebidas alcohólicas... ¡Inspiración de Dios fue el conservarlas aquí!... ¡Y se resiste la condenada vidriera!... Pues por lo más breve... ¿para qué sirven los puños?... Hágase polvo este cristal, y el armario entero si es preciso... Este ron de Jamaica es lo más apropiado... Una copa también... Ampara esto de los balances, sobre la mesa... pero dame primero una toalla de esas para secarme las manos, que chorrean agua... ¡Qué ha de suceder con esta chaqueta que es una esponja?... ¡Fuera con ella!... Vete echando ron en la copa... Venga ahora... Pero aguárdate que la enjugue antes la cara... ¡Dios de Dios! ¡que yo no pueda hacer aquí lo que es más necesario... casi indispensable!... aflojarla estas ropas empapadas... quitárselas de encima. ¡Si me fuera dado ver y no ver; maniobrar con los ojos cerrados!... La copa enseguida... Ron en las sienes... en las ventanillas de la nariz... entre los labios... ¡Pero si con ese talle tan oprimido no pueden funcionar los pulmones!... Yo bien veo dónde está la abertura de la coraza... pero ¡no sería una profanación poner las manos ahí?... ¡No se me caerían de las muñecas?... Y hay que hacer algo por el estilo, y sin tardanza... Por la espalda si acaso... justo: la misma cuenta sale... Tu cuchillo, Cornias... Ayúdame a ponerla boca abajo... ¡Dios me uno suficiente!... Por si acaso, el filo hacia arriba... Ya está cortada la tela del vestido... Ahora las trencillas del corsé... y estos cinturones... Esta es obra más fácil... Trae aquel impermeable y tiéndele encima de ella y de mis manos, que no tienen ojos... Así... Ya queda el tronco libre de ligaduras... a volverla ahora de costado... ¿Ves cómo respira con menos dificultad?... Más ron enseguida... ¡en el aire, Cornias!

No tengo hijos, o más bien dicho, no si los tengo, porque, si lo supiera a ciencia cierta, no los negaría como padre; pero en la duda, bien sabes que es mejor abstenerse, porque esto de tomar como propias las obras de otros, es un poco grave. Y yo huyo del ridículo sobre todo.

Mira: nosotras deseamos tu felicidad; siempre has oído nuestros consejos... pues oye ahora uno: no seas como tantos otros muchachos de tu edad, que andan, como mariposillas, de flor en flor.... Yo comprendo muy bien que los jóvenes se entusiasmen con las muchachas bonitas. ¡Es natural! ¡La edad lo quiere así!

He aquí el discurso que le dirigió el de la bata, pasadas las primeras formalidades del saludo y del abrazo: «Amigo mío: estás en tu casa, elige la habitación que más te agrade y establécete en ella con toda libertad. Yo almuerzo solo, á la una y como á las ocho de la noche. Tendría mucho gusto en que me acompañaras á la mesa; pero si estas horas no te acomodan, puedes escoger otras para ti.