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Dejó el insigne bibliófilo otra prueba más de su inteligencia y de su infatigable labor en el grueso volumen que contiene el Catálogo de dichas estampas, el cual en su primera hoja lleva M. S. el epígrafe siguiente, puesto, probablemente, por alguno de los bibliotecarios capitulares del siglo XVIII. «De picturis quas Colón adquisiverat» en lo que no anduvo cierto quien lo escribió, pues el Catálogo no fué de pinturas, seguramente, sino de estampas; bastando para confirmar tal parecer el número extraordinario de las que se describen y los epígrafes con que están clasificadas, que indican los tamaños del papel y los diferentes grupos ó series que constituían la colección; hecho todo con una minuciosidad, que asombra la suma de paciencia invertida reveladora del cariño con que don Fernando hizo el Catálogo .

Despues lo compra la duquesa de Montpensier, Ana María Luisa, la heroina de la Fronda, por quinientas mil libras. Luego pasa á manos de la duquesa de Guisa y de Alençon, en 1672. Más tarde, á fines del mismo siglo XVII, en 1694, fué propiedad de Luis XIV. Posteriormente Luis XVI se lo regaló al conde de Provenza, que reinó despues con el nombre de Luis XVIII.

No sólo en el extranjero, y en estos nuestros tiempos de sociedades protectoras de animales han existido hospitales y casas donde se cuidasen con el mayor esmero á los irracionales para procurar su conservación, tan útil á la sociedad. En Sevilla y en el siglo XVIII, existió un hospital perruno, cosa que quizá muchos ignoren, y acerca del cual he de escribir algunas líneas.

D. Pedro Antonio de Castro, tronco de otros muchos Castros, muy aplaudidos en los teatros españoles durante el siglo XVII, siendo el último de esta línea, en el XVIII, el llamado Damián de Castro.

En cuanto á los tejedores de los siglos XVIII y XIX vamos á tratar ahora separadamente.

Esta civilización cristiana, que considera al hombre perdido desde el pecado original, en imperiosa necesidad de salvarse, incapaz de conducirse por mismo y necesitado de curatela, sucedió a la civilización greco-romana, imperando exclusivamente en el continente europeo hasta el siglo XVIII, en diversas formas, y en una de las peores fue importada al nuevo mundo por la España en el XV.

Eran de maestros famosos del siglo XVIII. También debía haberlos despreciado el comisario por insignificantes. Una ligera sonrisa del conde le reveló su verdadero paradero. Había escudriñado toda la pieza, el dormitorio inmediato, que era el de Chichí, el cuarto de baño, hasta el guardarropa femenino de la familia, que conservaba, unos vestidos de la señorita Desnoyers.

Para exponer estos esfuerzos opuestos reanudaremos la historia del teatro español en el siglo XVIII, si bien no será ocioso contestar á dos observaciones históricas y de no escasa importancia, por ser conveniente, á nuestro juicio, para formarse una idea clara de lo que sigue.

Desde hace algunos siglos álguien, muy tonto y desocupado, se entretuvo en cavar la gruta sobre el borde del abismo. Un solitario mas tenaz, piadosamente ocioso, ensanchó la obra y la completó, hácia fines del siglo XVIII, trabajando con solo un compañero por espacio de veinte años.

No lo ocultamos, porque somos liberales sinceros: la entraña de un país no puede renovarse de un día para otro con un simple real decreto. En 1823 existían en España 16.310 religiosos. ¿Qué se había hecho de la enorme copia de ellos que existía en el siglo XVIII? ¿Es que habían desaparecido por los naturales progresos del país?