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Para que nadie se entere, porque no quiero disgustar ni ofender a nadie, debe ser la cita, y debo ir yo a ella, después de anochecido. ¿Y quién es la persona que ha de citar a vuecencia y que gasta tanto melindre? se atrevió a preguntar Longino. Pues la persona contestó don Andrés bajando más la voz es Juanita la Larga.

Tocaba la obra á su término, á las ocho de la noche, cuando súbitamente corrió la voz de que en el coliseo se había declarado un incendio, el cual empezó porque una bujía prendió fuego en una de las simuladas nubes de papel y tela.

Siga usted exclamó Cordero con la voz entrecortada . Estoy lelo de admiración.

Hablaba como si escupiera las palabras, con voz desafinada y poco grata, y seguía escribiendo, mientras don Bernardino, en el sofá, declamaba, desganado, el introito de toda visita; la pluma dió el último arañazo al papel, cerró la carta S. E. y llamó. El negro barrigudo presentóse, haciendo reverencias. Esa carta al Congreso ordenó el señor ministro.

Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas de casarse. Ni el Cantó, ni el Ferrer, ni nadie. Había aceptado el cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta edad.

Y luego añadió quedamente, como si el dolor empañase su voz , ¡aquella infeliz mártir que murió de vergüenza, mi pobre mujer, que se fue del mundo por no ver mi dolor ni sufrir el desprecio de los demás...! ¿Y quieres que yo olvide esto...? Además, Gabriel, yo no expresar lo que siento tan bien como . Pero el honor... es el honor.

Muchas señoras extranjeras la buscan para colocar flores en la sepultura de un jorobadito que hacía versos: el conde Giacomo Leopardi. El silencio con que acogían estas explicaciones los dos clientes le hizo abandonar su oratoria maquinal para fijarse en ellos. El señor le había tomado una mano á la señora y se la apretaba hablando en voz muy baja.

Lord Gray abriendo los ojos, con voz débil habló así: ¡Doña María! ¿Por qué tomaste la figura de este amigo?... Si tu hija entra en el convento, la sacaré. La condesa de Rumblar se alejó con presteza de allí. Movido de un sentimiento compasivo, acerqueme a lord Gray. Aquella hermosa figura, arrojada en tierra, aquel semblante descolorido y cadavérico me inspiraba profundo dolor.

Y además del sacrificio del bienestar, la oración a todas horas, la visita diaria al templo, la vida de cofradía, las disciplinas en la bóveda de la parroquia, la voz del hermano del Pecado Mortal interrumpiendo el sueño para recordar la cercanía de la muerte; y unidas a esta existencia de continua inquietud, la incertidumbre de la salvación, la amenaza de caer en el infierno por la más leve falta, sin aplacar nunca por completo al Dios torvo y vengativo.

Pero perdónenme, amigos míos, perdónenme dijo la Condesa con voz débil. Estos acontecimientos de mi infancia me han entretenido más de lo que deseaba... y no tengo fuerzas para continuar... Su hermana, que ya había estado a punto de interrumpirla, le impuso silencio, y alargando su mano a Fernando, le dijo, despidiéndole: Hasta mañana.