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La señorita Guichard avanzó hacia él atrevida, amenazadora y llegada ante el lienzo, con la cabeza trastornada por la cólera, los labios apretados para no estallar en injurias, levantó su sombrilla con actitud furiosa é iba á golpear á su enemigo cuando una mano la detuvo, al mismo tiempo que una voz decía: Pero, señora, ¿qué hace usted?

4 Con mi voz clamé al SE

La vida es un peso insoportable: le molesta lo presente, le da hastío lo pasado y terror lo porvenir. La devota hablaba con voz muy baja, y con grave y tristísimo son.

Así la voz del clérigo, engolada y espesa y muy celebrada en la comarca, se ostentaba más pura. Casi todas las mujerucas contestaron entonando un estribillo, que por cantarse en todas las festividades religiosas de la parroquia sabían de memoria hasta los más duros de oído.

¿Cómo explicar de otro modo decía ufano el parlante el robo de esta joya? Unos conjurados no piensan en robar; ¿qué tienen que ver aquí alzaba la voz, vanaglorioso con la distinción los delitos comunes con los políticos?

En pampango se dice dinalan, es decir, "se pasó". SANGLIBU, un mil. Para expresar esta cifra han empleado los marquesanos, lo mismo que los sandwichs, la voz mano, mucho, de idéntica significación que las que los tahitianos y samoas, como dijimos antes, aplicaron á ciento.

La vi, sin que ella lo notara, más de dos veces, en la penumbra del carrejo, llevarse con desesperación ambas manos a la cabeza, y la invocar al mismo tiempo, en voz enronquecida y mal dominada, al «devino Dios de las misericordias grandes» y a «la Virgen Santísima de las Nieves, la su madre clemente y amorosa». Deseaba morir de pronta muerte, si en el deseo no pecaba, antes de ser testigo «de eyu» y manchar la vista de los sus ojos en una vergüenza tal.

Después del largo sermón de las siete palabras, la noche del Viernes Santo, don Guillén tenía la voz tomada, hendida, un poco estridente. Había sido actor, durante dos horas, y ante un auditorio de reyes, infantes y demás tropa palatina, en el drama de los dramas: la pasión y muerte del Hombre-Dios. Su rostro no se había despojado aún de la persona o máscara trágica.

Servía con indiferencia á la clientela, sin que le interesasen sus palabras y sus himnos. «El no se metía en políticaHabituado á los establecimientos de gente alegre y batalladora, adivinó al hombre que viene á «armar bronca», y quiso amansarlo con su actitud sonriente y obsequiosa. El marino le habló en alta voz.

Ruborizarse igualmente; y esto fué lo que llevó a cabo de un modo perfecto. A los tres les temblaba la voz, y después de preguntarse por la salud, no supieron qué decirse. Las miradas cargadas, de curiosidad de la gente contribuían a embarazarlos.