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De trecho en trecho, colgado de un clavo en algún pilar, un quinqué de petróleo con reverbero, interrumpía las tinieblas que volvían a dominar poco más adelante. No había más luz que aquella esparcida por las naves, el trasaltar y el trascoro, y los cirios del altar y las velas del coro que brillaban a lo lejos, en alto, como estrellitas.

Pronto concluirían nuestras penas; pronto pondríamos el pie en suelo seguro, y si llevábamos la noticia de grandes desastres, también llevábamos la felicidad a muchos corazones que padecían mortal angustia creyendo perdidos para siempre a los que volvían con vida y con salud.

Como su espíritu no era solicitado por una gran variedad de temas, llenaba los momentos de intervalo reviviendo sin cesar interiormente todos los hechos de su existencia que le volvían a la memoria, como aquellos, sobre todo, de los quince años transcurridos desde su casamiento y durante los cuales la vida y su fin se habían duplicado ante sus ojos.

El pensamiento de abrir ese canal no es cosa nueva. Ya le tuvieron algunos Faraones, y sin duda le tuvieron también Salomón e Hiran rey de Tiro, cuando unidos en estrecha alianza enviaban sus flotas a Ofir, de donde volvían cargadas de riquezas.

14 Y los animales corrían y tornaban a semejanza de relámpagos. 15 Y estando yo mirando los animales, he aquí una rueda en la tierra, con sus cuatro haces junto a los animales. 17 Cuando andaban, andaban sobre sus cuatro costados; no se volvían cuando andaban. 18 Y sus costillas eran altas y temerosas, y llenas de ojos alrededor en todas cuatro.

Más allá, con discreta separación, los dos enemigos, que se volvían la espalda, muy ocupados en seguir la caída de las aguas o el revoloteo de los pájaros sobre las copas de los árboles. El amigo Gómez, con su curiosidad ávida de trágicos sucesos, le había seguido en estos preparativos.

¡A , Horn! gritó el Capitán . ¡A , Cornelio, Hans! ¡Salvemos a los hombres que están en las chalupas! Manejando los fusiles como mazas, se arrojaron sobre los salvajes, matando a unos cuantos de ellos y logrando contenerlos por algunos instantes; pero los salvajes volvían a arremeter, animándose con gritos feroces.

Las dos viejas, que volvían la espalda al segundo grupo, no veían nada; pero Lázaro, que estaba de frente, notaba la expresión atentamente curiosa y fascinadora de aquellos dos ojos, y se preguntaba qué podía haber en su fisonomía y en su persona que pudiera excitar la curiosidad infatigable de aquella señora.

El deseo de verles la cara se hizo sentir en seguida en el ánimo del Conde; pero ellas, quizá sospechando aquel deseo, no volvían la cara, puede que a fin de contrariarle y de hacerle más vivo. El Conde tuvo que caminar más de prisa y pasar delante de ellas para mirarlas. Entonces vió con grato asombro que ambas eran lindísimas. En el rostro iban declarando que eran hermanas.

El poquita-cosa no tendría razón para quejarse si los cinco mil volvían a la caja con el aumento correspondiente.