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Al paso que Mendoza intimaba con este personaje y se hacía de sus familiares, Miguel seguía siendo nada más que uno de tantos como visitaban la casa: y aun podía asegurarse que en los últimos tiempos, sus relaciones con la generala Bembo habían traído cierto enfriamiento en todas las demás. Lucía le reclamaba casi todo su tiempo.

En su cabaña solitaria, á orillas del mar, la visitaban ideas y pensamientos tales, como no era posible que se atrevieran á penetrar en otra morada de la Nueva Inglaterra: huéspedes invisibles, que habrían sido tan peligrosos para los que les daban entrada en su espíritu, como si se les hubiera visto en trato familiar con el enemigo del género humano.

Los obreros de las ciudades no iban á misa, ni se confesaban; vivían separados del cura, despreciándolo. ¿Por qué, pues, habían de temerle? Los jesuítas y los frailes sólo visitaban las casas de los ricos y no podían esperar los pobres que se introdujeran en sus miserables tugurios. ¿Por qué, pues, odiarlos?

La Marquesa, Visitación, Obdulia, doña Petronila y otras amigas que habían hecho compañía a la Regenta mientras duró el mal tiempo, ahora la visitaban cada dos o tres días y las visitas eran breves.

Foja, los Orgaz, Glocester «como particular, no como sacerdote», don Álvaro Mesía, los socios librepensadores que comían de carne solemnemente en Semana Santa, algunos de los que asistían a las cenas secretas del Casino, los redactores del Alerta y otros muchos enemigos del Provisor visitaban de vez en cuando a don Santos; todos compadecían aquella miseria entre protestas de cólera mal comprimida. «Oh el hombre que había reducido a tal estado al señor Barinaga era bien miserable, merecía la pública execración». Pero nada más.

Nuestra joven ansiaba que una de estas pasiones irresistibles y lacrimosas se apoderase de su corazón, pero no concebía que ningún joven de los que visitaban su casa vestidos de chaquet o americana lograse inspirársela.

Ana estaba muchas horas sola. Sus tías tenían costumbre de trabajar hacer calceta y colcha en el comedor; la alcoba de la sobrina estaba al otro extremo de la casa. Además, las ilustres damas pasaban mucho tiempo fuera del triste caserón de sus mayores. Visitaban a lo mejor de Vetusta, sin contar la visita al Santísimo y la Vela, que les tocaba una vez por semana.

Salimos del pañol, y vi que no éramos nosotros solos los que visitaban aquel lugar, pues todo indicaba que un desordenado pillaje había ocurrido allí momentos antes. Reparadas mis fuerzas, pude pensar en servir de algo, poniendo mano a las bombas o ayudando a los carpinteros.

Lo mismo hizo el de Bélgica... Pero conocemos sus astucias y sabremos castigarlas. El pueblo iba á ser incendiado. Había que vengar los cuatro cadáveres alemanes que estaban tendidos en las afueras de Villeblanche, cerca de la barricada. El alcalde, el cura, los principales vecinos, todos fusilados. Visitaban en aquel momento el último piso.

Después visitaban los enfermos y hacían con ellos todos los oficios de caridad que haría una amorosa madre, quitándose de la boca la comida y el sustento que les tenía señalado la piedad de los españoles por remediar sus necesidades. Sufrían con increíble paciencia sus contínuas impertinencias y necedades, con la esperanza del bien que podían sacar de ellos.