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Que Pipaón visitaba casi diariamente a su antigua amiga y paisana no hay para qué decirlo. Por añadidura, el excelentísimo D. Juan Bragas había simpatizado mucho con el jesuita Gracián.

Apenas visitaba las cuadras y pasaba mucho más tiempo en casa. La condesa le tenía secuestrado para todas sus excursiones y arreglos de jardín. Los niños también le retenían como un compañero que les servía en sus juegos. Las relaciones entre Pedro y la condesa habían experimentado asimismo algunos altibajos dignos de atención.

Cuando se presentaron dos mozos de cordel trayendo a cuestas una parte de los muebles, el señor Vicente se despidió. Tenía que hacer propaganda aquella tarde. Ahora visitaba a la gente de la carretera de Extremadura: unos pobrecillos sin más medios de existencia que el trabajo en los tejares durante el verano y el robar cardillos y leña de la Casa de Campo.

A casa de D. Juan Estrada-Rosa iba a las tres, a la hora del café; con la condesa de Onís tomaba chocolate todas las tardes; por la noche era tertulio asiduo de la señora de Quiñones. Había otras familias que visitaba también con mucha frecuencia.

La viña estaba llena de mujeres, y a Luis le agradaba el trato con aquellas mozas serranas que reían las gracias del señorito, y agradecían sus generosidades. María de la Luz y su padre acogían como un honor la asiduidad con que Luis visitaba la viña. De la ruidosa aventura de Matanzuela, apenas si quedaba un lejano recuerdo. ¡Cosas del señorito!

Natural era que al rey D. Carlos se guardaran consideraciones excepcionales en el viaje referido: su cronista consigna que ponían á las señoras linternas de hierro mientras se acostaban, después de lo cual el capitán del navío visitaba los lugares y no quedaba más lumbre que en los faroles de popa; una linterna en la cámara del Rey; otra en la de la infanta doña Leonor, su hermana; la de la bitácora y la del castillo de popa «bajo la cual se resguardan los marineros mientras el pito no les llama

Primero sólo visitaba a la viuda por las tardes; después prolongó las entrevistas, saliendo de la casa a media noche; y por fin, llegó un día en que no salió.

Tenía además la doña Rosalía un amante del comercio, que la visitaba todas las noches, en compañía de una guitarra; y era este amante un ser creado de encargo por el infierno para cantar y tocar toda la noche en aquella casa y no dejar dormir á las dos sastras de ropas sagradas.

Enmudecido acarició él aquella linda cabeza, ya inclinada por el infortunio, y la niña, viéndole callado y afligido, saboreó la amargura del desengaño irremediable. En aquellos cuatro años transcurridos, Salvador visitaba a Carmen muchas veces.

Algunas tardes iba a la Sacramental de San Martín, un cementerio hermoso y apacible como un vergel, que estaba cerrado hacía algunos años, pero en el cual se había reservado su protectora un nicho al lado del de su esposo. El era el único que visitaba la tumba.