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En virtud de una cadena de conclusiones, fuertemente trabadas entre , trazáronse leyes morales opuestas conocidamente á la verdadera moral, convirtiendo en base ó principio de conducta motivos externos puramente casuales.

Amparo se había colocado delante de a una inmensa altura. Elevándose, elevó ante mis ojos a la mujer, a la humanidad, y me obligó a confesar que existía la virtud sobre la tierra. Y mi corazón y mi cabeza me decían: La amas, necesitas su amor para vivir. Y mi desesperación me decía: Amparo no te ama. Entonces blasfemaba yo. ¡No hay Dios, decía! Fui a verla.

Pero como ni la libertad ni la virtud necesitan guardarse en caja de plomo, mucho más que todas las severidades de ascetas o de puritanos, valdrán siempre, para la educación de la humanidad, la gracia del ideal antiguo, la moral armoniosa de Platón, el movimiento pulcro y elegante con que la mano de Atenas tomó, para llevarla a los labios, la copa de la vida.

La resignacion no siempre es virtud, es crímen cuando alienta tiranías: no hay déspotas donde no hay esclavos. ¡Ay! el hombre es de suyo tan malo que siempre abusa cuando encuentra complacientes. Como usted pensaba yo tambien y sabe cual fué mi suerte.

Yo la describí entonces con sus menores detalles, y los nombres de sus héroes llegaron más allá de las fronteras de su tierra patria, no por virtud del artista que trazó el cuadro, sino por la importancia del sujeto de él.

Por mi parte, yo he adquirido el convencimiento de que todos los toros son igualmente mansos, y de que si en la plaza tratan, a veces, de matar a los toreros, es por la misma razón en virtud de la cual los toreros tratan también a veces de matar a los toros: para entretener al público. Días atrás estuve en una ganadería.

Lo que para salir de su atolladero inventó de súbito el Barón y yo acepté con risa, hallándolo disparatadamente gracioso, él y yo lo fuimos tomando más por lo serio cada día, y por virtud de nuestra voluntad atamos nuestras almas con lazo tan limpio y tan fuerte como si él fuese en realidad mi padre y yo su hija.

Ella, no obstante, me amaba... ¿cómo ha podido dar este espantoso premio a mi ternura? Las almas más frías se hubieran confiado como la mía. El mismo Montbreuse ha dicho que no esperaba esto. Candor celeste de la virtud, ¿no eres más que una quimera?

Pero su voluntad no vaciló, la entereza de su virtud no desfalleció un instante; mas la imaginación... a esa ¿quién le corta las alas?

Mesía no creía en la virtud absoluta de la mujer; en esto pensaba que consistía la superioridad que todos le reconocían. Un hombre hermoso, como él lo era sin duda, con tales ideas tenía que ser irresistible. «Creo en y no creo en ellas». Esta era su divisa.