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Cabellera flotante, cual selva enmarañada, que exhala dulcemente aromas de querer; ensoñación, delirio del alma, enamorada de las carnes y besos de la amada mujer. Piés finos, diminutos, de rosáceos talones y senos que se exaltan con ferviente ansiedad; ánforas virginales con vino de ilusiones que emborracha las almas de voluptuosidad.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía.

A pesar de que su imaginación se le insubordinaba, pudo conciliar el sueño y descansar profundamente. Cuando despertó, vió que entraba un rayo de sol por una alta ventana iluminando el destartalado zaquizamí. Llamó a la puerta, vino el carcelero, y le preguntó: ¿No le han dicho a usted por qué estoy preso? No. ¿De manera que me van a tener encerrado sin motivo? Quizá sea una equivocación.

Pero ya nada tengo que dar ni que esperar en este mundo, nada... ni la desgracia siquiera. En aquel instante, un rayo de sol vino a iluminar sus pálidas y descompuestas facciones.

Es vino de la Rioja solían decir en broma, al llegar a los pueblos golpeando los toneles, y el alcalde y el secretario cómplices los dejaban pasar. También solían cargar en carros, que cubrían de tejas, plomo en lingotes, que había de servir para fundir balas. La alusión a la guerra próxima se notaba en una porción de indicios y señales.

Entró la noche, llegó la hora de la cena, y tía Pepilla vino en busca mía. Muchacho: ¿qué tienes? ¿estás enfermo? Tocóme en la frente y en las mejillas para ver si tenía yo calentura, y acariciándome dulcemente prosiguió: ¿Qué te pasa? Dímelo, muchacho, dímelo.... No hay en tu rostro la serenidad de siempre.

Me parece que aún la estoy viendo el día que se casó, con su mantilla de casco... fué el mismo año y el mismo día que vino la reina... ¡Qué cosas tiene el mundo!... ¡Ayudé a coserle el vestido de novia, y ahora tócame hilvanarle la mortaja! DO

Pero también entonces la nombradía de Calderón hizo sombra a la de Lope, que todavía vino a quedar en lugar secundario.

Vamos a salir impulsados por una buena brisa NO. y a farolear por el estrecho de Gibraltar; y si San Nicolás y Santa Bárbara nos ayudan, ¡pardiez!, volveremos con los bolsillos llenos, muchachos, para hacer bailar a las chicas de Saint-Pol y beber vino de Pempoul. ¡Hurra! ¡hurra! gritaron todos en signo de aprobación.

¡Qué horror! exclamó D. Paco . Pero veo que es usted un héroe, ¡oh mi niño querido! Creo que la mamá piensa dirigir una exposición a la Junta para que le den a usted la faja de capitán general. Iban a fusilarme continuó el rapaz , cuando un oficial francés tuvo lástima de y me salvó la vida. Después lleváronme a sus tiendas, donde me dieron vino y...