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Sea usted más comedido, y ya que no respete la sotana que visto, guarde los miramientos que se deben a las señoras. Ante Dios y ante los hombres ésta es la esposa legítima de su amo de usted. Déjeme el paso franco, que a usted no le toca en este asunto más que oír, ver y callar. Y dando un empellón al viejo, se volvió diciendo: Venga usted, señora.

Créame usted, usted se acordará de y me dará la razon cuando tenga canas como yo, ¡canas como estas! Y el viejo abogado se cogía sus pocos cabellos blancos sonriendo tristemente y agitando la cabeza.

Parecía tan corriente, como si viviese del mísero sueldo de un empleo... su originalidad estaba en su rostro, sin barba, de líneas fuertes y duras, la nariz brusca, presentaba la expresión rapaz y amenazadora de un pico de águila: el corte firme y acentuado de sus labios daba a su boca una expresión maligna; los ojos, al fijarse, semejaban los encendidos fulgores de un disparo, salido súbitamente de entre las zarzas tenebrosas del entrecejo fruncido; era lívido, mas, por su piel, corrían a veces radiaciones sanguíneas, como en un viejo mármol fenicio.

Necesario era todo su mal corazón para dejar a una hermana en el sufrimiento, pudiendo remediar sus penas con algunos de los papelotes mugrientos que a fajos dormían en el viejo secrétaire de su alcoba. Pero no había que pensar en semejante hombre. Bastantes veces la había humillado con rotundas negativas. Otro de los que no se podía contar para salir de la situación era su hijo Juanito.

La suerte estaba echada, no quería amor... La amistad les había llevado algo lejos. Ella tenía la culpa, pero sabría remediarlo. Era ya un barco viejo que no podía cargar con el peso de una nueva pasión. Si le hubiera conocido años antes, tal vez. Reconocía que hubiese llegado a quererle; le creía más digno de su amor que otros hombres a los que había amado.

Juventud... ¡juventud! murmuraba el viejo con una sonrisa de tolerancia. Y tenía que hacer un esfuerzo, recordar la dignidad de sus años, para no pedir á Argensola que le presentase á las fugitivas, cuya presencia adivinaba en las habitaciones interiores.

Pero, hija mía, tu pregunta es absurda, y la impresión de que hablas nada significa, ni vale la pena de ocuparse de ella. ¡Oh! esa no es mi opinión. Pienso a menudo en ello y he aquí lo que llevo descubierto; si la acción del señor de Couprat me ha sido grata, es porque es joven y podría ser mi marido, mientras que vos sois viejo, y luego un cura no se puede casar nunca.

Hablaba de todo con bastante lucidez menos cuando se tocaba el punto de la antropología. El médico, temiendo y aun augurando un nuevo acceso de furia, aconsejó a la familia que lo recluyese cuanto más pronto en alguna casa de salud, Mario se resistía, lleno de compasión. ¡Pobre viejo! decía.

usted las gracias a mi prima dije, y asegúrele que jamás me he sentido mejor. El Rey ha pasado toda la noche en un sueño agregó el viejo Sarto, a quien, según empezaba yo a descubrir, le gustaba endilgar una mentira de vez en cuando, nada más que por el gusto de mentir. El mensajero se deshizo otra vez en reverencias y salió de la cámara.

Hasta con el capitán se atrevía; con el viejo amigo de Pepe, á quien siempre hablaba éste con fraternal atención. ¡Porra! ¡A la vejez, después de una vida de noble é independiente trabajo, ser criado de aquel cachorro de Deusto!... Antes se retiraría, abandonando á Pepe, el cual, bien mirado, ya no era el Pepe que él conoció.