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Y entonces resolvió realizar su sueño del modo que pudiera. Una mañana le vi llegar fuera de . Mi Reinita, ven, ven conmigo exclamó. ¿A dónde, señor cura? A la iglesia; ven pronto. Pero a estas horas no hay misa. Ya lo ; pero quiero que veas algo espléndido.

Signorelli, Storia critica de' teatri: Nápoles, 1813, tomo VI, págs. 344 y siguientes. Riccoboni, Reflexions historiques sur les divers theâtres de l'Europe, págs. 20 y 59. Riccoboni, Histoire du theâtre italien, tomo III, pág. 507. Riccoboni, Reflexions, etc., pág. 74. On ne repasse point le noir fleuve des morts. Racine. On ne voit point deux fois le rivage des morts.

Yo estaba asombrado contemplando tales transformaciones y me sorprendía su extraordinaria belleza de la muchacha, cuando la vi realzada con los atractivos que el arte presta tan hábilmente a la hermosura. ¡Y qué bien sabía ella aplicarlos a su persona! ¡Qué singular talento el suyo para poner cada objeto en el sitio donde debía estar, y donde las leyes más rigurosas de la estética querían y mandaban que estuviese!

Vi que con su mucha hacienda y la de su marido haría un bien inmenso en estos lugares, empleándose en obras de caridad.

Hace cinco años me vi con gran frecuencia con Vezzera, un amigo del colegio a quien había querido mucho antes, y sobre todo él a . Cuanto prometía el muchacho se realizó plenamente en el hombre; era como antes inconstante, apasionado, con depresiones y exaltamientos femeniles.

Perdonad, pero fuísteis atrevido é imprudente... Yo creía que érais otra mujer... una dama principal y nada más, y quise que me quedase algo vuestro por donde pudiera encontraros. Cuando vi esa joya, ya no tenía remedio... ya habíais desaparecido... entonces me pesó haberos hecho escuchar...

21 Y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos. 1 Y vi otro ángel fuerte descender del cielo, vestido de una nube, y el arco del cielo estaba en su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. 2 Y tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra;

Saquélos, y vi un pequeño envoltorio y tres cartas, la una cerrada y las otras dos cubiertas, todas con sobrescrito. Leí el primer sobre que se me vino a la mano, y decía así: «Al Sr. D. Luis de Santorcaz, en Madrid, calle de...» Había montado en el caballo de Santorcaz. Olvidándome al instante de todo, no pensé más que en examinar bien lo que tenía en las manos.

Yo pensé que eran calzas, porque eran a modo de ellas, cuando él, para entrarse a espulgar, se arremangó, y vi que eran dos rodajas de cartón que traía atadas a la cintura y encajadas en los muslos, de suerte que hacían apariencia debajo del luto, porque el tal no traía camisa ni gregüescos, que apenas tenía qué espulgar según andaba desnudo.

No cuanto tiempo haría que me hallaba allí, sin preocuparme del frío que me helaba la cara, cuando vi llegar hacia a mi al dulce objeto de mi ternura, como diría el poeta. El tal objeto parecía melancólico y de muy mal humor.