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¡Con que gusto miraba sus cabellos agitados por el viento, su andar ligero y su aire de regocijo, tantas veces espiados por mi, desde la ventana de la galería, mientras que la lluvia azotaba los vidrios y mugía y silbaba el viento entre las puertas desvencijadas de la vetusta casa!

Al considerar esta mala suerte de las compañías dramáticas en Vetusta, podría creerse que el vecindario no amaba la escena, y así es en general: pero no faltan clases enteras, la de mancebos de tienda, la de los cajistas, por ejemplo, que cultivan en teatros caseros el difícil arte de Talía, y con grandes resultados según El Lábaro y otros periódicos locales.

De tarde en tarde algunos señoritos se daban de bofetadas en el Espolón, en algún sitio público, pero no pasaba de ahí. Los insultos no tenían jamás consecuencias. Nunca había habido en Vetusta una sala de armas.

Pasó Ana, sin querer leerlas, algunas hojas. En ellas había escrito la historia de los días que siguieron al de la procesión, famosa en los anales de Vetusta. , se había creído prostituida; aquella publicidad devota le parecía una especie de sacrificio babilónico, algo como entregarse en el templo de Belo para la vigilia misteriosa.

Decía usted que la niña.... ¡Soy cuerno! señor mío; y usted dispense. A no hay que ponerme motes. Aborrezco los sistemas. Lo que digo es que sólo creo en la bondad que da la naturaleza; a un árbol la salud ha de entrarle por las raíces... pues es lo mismo, el alma.... Y seguía filosofando para venir a parar en que Anita era la mejor muchacha de Vetusta.

Si no había teatro, y esto era muy frecuente en Vetusta, se quedaba en su gabinete donde recibía a los amigos y amigas que quisieran hablar de sus cosas, mientras ella leía periódicos satíricos con caricaturas, revistas y novelas. Sólo intervenía en la conversación para hacer alguna advertencia del género de los epigramas del Arcipreste, su buen amigo.

La Colonia, la parte nueva de Vetusta, merced a la influencia poderosa del Marqués, por un rasero se había medido. No había una casa más alta que otra.

Pero «no se devolvían los originales». Aprovechaba el borrador y publicaba aquello en El Lábaro, el periódico reaccionario de Vetusta. Otro lector constante era un vejete semi-idiota que jamás se acostaba sin haber leído todos los fondos de la prensa que llegaba al Casino. Deleitábale singularmente la prosa amazacotada de un periódico que tenía fama de hábil y circunspecto.

»¿Qué cuándo volvemos a Vetusta? No lo . Fermín, no lo . »Que yo estoy mucho mejor. Es verdad. Pero quien manda, manda. Benítez es enérgico, habla poco pero bien; ha prometido curarme si se le obedece, abandonarme si se le engaña o se desprecian sus mandatos. Estoy decidida a obedecer. Usted me lo ha dicho siempre: lo primero es que tengamos salud. »¿Que hay tibieza tal vez?

Los indianos de la Colonia que en América oyeron muy pocas misas, en Vetusta vuelven, como a una patria, a la piedad de sus mayores: la religión con las formas aprendidas en la infancia es para ellos una de las dulces promesas de aquella España que veían en sueños al otro lado del mar.