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, padre de tu hija, haces un traje sin tomar la medida de tu yerno; tu yerno ha de ajustárselo despues, y esta segunda hechura es una medida que tiene más peligros, porque el nuevo sastre no cuenta con toda la tela, sino con la tela que tiene el vestido que le dan, con la tela que le has dado.

El Nacional, vestido aún con el traje de lidia, se asomó varias veces, malhumorado y ceñudo, dando gritos y enfadándose porque no estaba dispuesto lo necesario para la traslación del maestro a su casa. La gente, al ver al banderillero, olvidaba al herido para felicitarle. Señó Sebastián, ha estao usté mu güeno. ¡Si no es por usté!...

Prométela plata y oro, Joyas y cuanto quisieres; Di que la daré un tesoro; Que a dádivas las mujeres Suelen guardar más decoro; Di que la regalaré, Y dile que la daré Un vestido tan galán, Que gaste el oro a Milán Desde su cabello al pie; Que si remedia mi mal La daré hacienda y ganado, Y que si fuera mi igual Que ya me hubiera casado. FELIC. ¿Posible es que diga tal?

A D. Juan de Austria, Bañuelos y Ochoa, me parece se les podrá continuar como hasta aquí se ha hecho, sin que tengan cosa fija. A D. Cristóbal Velázquez me parece se le podría reformar el vestido que hasta aquí se le ha dado algunas veces. A Cristóbal el ciego se le dará a disposición del Camarero Mayor o Sumiller, pero como el de Andresillo cuando se le hubiere de dar.

Háblase en esa producción de "una joven dotada de belleza nada común, cuyo destino fué llevar la letra A en el cuerpo del vestido, á la vista de todo el mundo, y aun de sus mismos hijos, quienes sabían lo que esa letra significaba.

Todas estas razones que entre los dos pasaban oyó el mozo de mulas junto a quien don Luis estaba; y, levantándose de allí, fue a decir lo que pasaba a don Fernando y a Cardenio, y a los demás, que ya vestido se habían; a los cuales dijo cómo aquel hombre llamaba de don a aquel muchacho, y las razones que pasaban, y cómo le quería volver a casa de su padre, y el mozo no quería.

El barbudo hermosote que avanza pisándole la cola del vestido es el esposo: dos metros de talla; se ruboriza cuando tiene que hablar con un extraño, pero se le adivinan unos músculos de boxeador y una gran facilidad para dar «puñete», como él dice... Los que ocupan la mesa con ellos son todos del mismo país: muchachos grandotes y buenazos, que vuelven de Alemania; gente simpática y franca que me quiere y distingue.

-Vístanme -dijo Sancho- como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza. -Así es verdad -dijo el duque-, pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote.

Sin duda la impresión que dejó en aquella obra de arte, que contemplé durante cuatro años, fue causa de que modificara mis ideas respecto al traje de contrabandista del grande hombre, y en lo sucesivo me lo representé vestido de cardenal y montado en un caballo verde.

Oyéronse pasos como de estatua colosal que anda, y entró la mocetona color de tierra, muy oronda con su vestido nuevo de merino azul ribeteado de negro terciopelo de tira, con el cual se asemejaba a la gigantona tradicional de la catedral de Santiago, llamada la Coca. A manera de pajarito posado en grueso tronco, venía la inocente criatura recostada en el magno seno que la nutría.