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Apareció entonces el tío Frasquito, vestido ya de gran gala, cargado de perfumes y de noticias, que, como las burbujas al hervor del agua, anunciaba en su rostro una significativa y prolongada sonrisa.

Llevaba una gorra de terciopelo rojo coquetamente ladeada, rico y bien ceñido traje y en la enguantada diestra un pequeño halcón, cuyas erizadas plumas acariciaba suavemente. Roger notó que la hermosa desconocida tenía todo un lado del vestido manchado de lodo.

No sólo había perdido grandemente en el aspecto general de su persona, en su aire distinguido y decoroso, sino que su misma hermosura había padecido bastante, a causa del decaimiento general, y más aún del chirlo que tenía en la mandíbula inferior, bajo la oreja izquierda. Estaba ella planchando unas chambras, y la ligereza de su vestido permitía ver sus bellas formas enflaquecidas.

Sonó una risa femenil, ruidosa, petulante, en la que se adivinaba un deseo de hacer volver las cabezas. Ascendió por la escalera un vestido de color de sangre, y detrás de su cola, majestuosamente suelta, varios fracs parecían correr para alcanzarlo y dominarlo.

La historia consigna la, para Rodil, decorosa capitulación de 23 de enero de 1826, en que el bravo jefe español, vestido de gran uniforme y con los honores de ordenanza, abandonó el castillo para embarcarse en la fragata de guerra inglesa Briton.

Pronto se convenció de que era sangre. ¡Sangre! ¡La cosa en el mundo a que ella tenía más terror! Dominada aún por el susto, no se quejó. Levantó la falda de su vestidito y se secó, o por mejor decir, se lavó la cara, porque el vestido estaba mojado. Pero lo que más sentía, lo que le dolía de un modo horrible eran las manos. No sabiendo qué hacer para aliviarse, comenzó a soplarlas.

¿Os divertisteis la otra noche en casa de los C?... No. Sin embargo, me pareció una fiesta brillante. ¡Qué lindo vestido llevabais! ¿Os gusta el azul? Puesto que lo uso... El señor de Le Maltour tosió levemente, para darse valor. ¿Os gustan los viajes, señorita? No. -Es sorprendente. Os hubiera creído de carácter emprendedor y viajero. ¡Qué idiotez! ¡Tengo miedo a todo!

Apretó los labios, le brillaron los ojos, y dijo con enfurruñamiento: No; no serás ministro; no quiero que lo seas, no me da la gana, ¿lo entiendes, Isidro?... Dime que no lo aceptarás aunque te lo ofrezcan; dimelo, o reñimos... El mundo está lleno de tentaciones, y ¡no digo nada si acudirían las señoronas al ver a este feo, que habla como los propios ángeles y tiene tanto talento, vestido de general, con una casaca de esas que tienen la pechera bordada de ojos!... ¡lo mismo que las moscas a la miel! ¡Ojo, señorito!

Don Lope, que verse sujetado, apostrofado, desasirse, tirarse a fuera y poner una daga en la mano, todo fué uno, no hubiera escapado de alguna grave herida del furioso golpe de Muley, a no llevar vestido bajo la ropa un fuerte jaco milanés. Reparado así tal golpe, la revuelta comenzó encendidamente, pues los moriscos a una voz decían: Favor a nuestro príncipe Muley, muerte a los castellanos.

Púsose un riquísimo vestido de terciopelo azul muy oscuro, guarnecido de piel de chinchilla, con sombrero y abrigo de lo mismo; dos perlas negras en las orejas y un trébol en el pecho, formado por otras tres perlas, blanca la una, negra la otra y rosa la tercera.