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Rasgó su mejor vestido al sacarlo del colgador, y por dos veces se arañó las blandas manos con ocultos alfileres, mientras mentalmente comentaba indignada el suceso que le ocurría. ¡Ah! entonces lo comprendía todo. Su alevoso marido había traído esta niña de su primera mujer, esta niña cuya existencia nunca pareció importarle, para insultarla, para ocupar su puesto.

3 Y así harás de su asno, así harás también de su vestido, y lo mismo harás con toda cosa perdida de tu hermano que se le perdiere, y la hallares; no podrás retraerte de ello. 4 No verás el asno de tu hermano, o su buey, caídos en el camino, y te esconderás de ellos; con él has de procurar levantarlos.

El descubrimiento del tesoro sacó las ideas de Rosalía de aquel círculo de modestia y abnegación en que las había encerrado la enfermedad de su marido. Este le dijo en un rapto de entusiasmo: «Cuando me ponga bueno, te compraré un vestido de gro, y para el invierno, si sigo bien, tendrás uno de terciopelo.

No fue el comedimiento y gravedad que mostraba; no fueron las cosas razonables y bien medidas que dijo; fue su vestido, que era elegantísimo, de novedad, admirablemente cortado, hecho y adornado.

Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje.

Ya iba a abandonar la partida, cuando el título de un librito me hizo prorrumpir en un grito de alegría. Eran las biografías de los reyes de Francia hasta Enrique IV inclusive. Tenía adjunto un grabado bastante bueno, representando a Francisco I, vestido con el espléndido traje de los Valois. Lo examiné con asombro. ¿Y es posible me dije, que haya hombres tan lindos como éste?

15 no comiere sobre los montes, ni alzare sus ojos a los ídolos de la Casa de Israel; la mujer de su prójimo no violare, 16 ni oprimiere a nadie; la prenda no empeñare, ni cometiere robos; al hambriento diere de su pan, y cubriere de vestido al desnudo;

A media tarde quedó terminado el vestido. La noticia había circulado por la capital, y más allá de la línea de soldados se fué extendiendo una muchedumbre de curiosos.

D. Manuel Moreno Isla no fue aquella noche; pero Arnaiz el gordo, y Gumersindo Arnaiz, con sus tres pollas, Barbarita II, Andrea e Isabel; mas a sus tres hermanas eclipsaba Jacinta, que estaba guapísima, con un vestido muy sencillo de rayas negras y blancas sobre fondo encarnado. También Barbarita tenía buen ver.

Además, yo iba a la cita sin guitarra ni capa, sólo con un junquillo en la mano y vestido de sencilla e inofensiva americana. Nada de brioso corcel tampoco, negro, tordo o alazán. Sobre las propias y míseras piernas, que por cierto me temblaban demasiadamente al acercarme a las ventanas de la casa. En una de ellas vi blanquear un bulto, y me aproximé hasta tocar en las rejas.