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Basta verla para comprender lo que es, y por otra parte si así no fuera, no la habría mandado el padre a pasear sola con nosotros, por el jardín. Lo que voy viendo en mi sentir, es que va ir saliendo cierto lo que yo decía... ¡Si se me hace que la Pampita va ir a conocer Buenos Aires!... Por lo pronto yo voy a... bañarme dijo Lorenzo levantándose.

¡Oh! no... ¡En fin, qué quieres, hijo mío! si te hace mal verla, vivir cerca de ella, como ante todo es preciso que no sufras... vete ¿no es así? vete... Y, sin embargo... y, sin embargo... El anciano sacerdote quedó pensativo, dejó caer la cabeza entre las manos, y permaneció en silencio durante algunos minutos; luego continuó: Y, sin embargo, Juan, ¿sabes en qué pensaba?

Ahora estoy en uno de los rincones más olvidados de la tierra, llevando una existencia casi igual á la de las gentes que vivieron en los primeros tiempos de la Historia. ¡Y todavía me censura usted!... Robledo se excusó. Yo soy su amigo, el amigo de su marido, y lo único que hago es avisarla al verla marchar en mala dirección. Considero peligroso el juego que se permite usted con esos hombres.

¡Pobre Desnoyers!... La necesidad de verla y la falta de ocupación en unas tardes interminables que hasta entonces habían tenido más grato empleo le arrastraron á rondar por las cercanías de un palacio eternamente desocupado, donde acababa de instalar el gobierno la escuela de enfermeras.

Veíase su labor en los cuellos del Gobernador; los militares la mostraban en sus bandas y fajas; el ministro del altar también dejaba verla en su traje severo; adornaba el gorrito de los recién nacidos, y hasta los ataúdes de los que llevaban á enterrar.

Hacía pocos días había regalado al capellán una colcha de crochet que era una verdadera maravilla de trabajo pacienzudo y habilidoso. Por cierto que la viuda, al verla sobre la cama del clérigo, experimentó un vivo disgusto y lloró muchas lágrimas en secreto.

La buscaba sin darse cuenta de ello; la echaba de menos sin sospecharlo; deseaba verla y hablarla del modo indeterminado y vago con que desea la dicha el acostumbrado a la amargura.

Pero aquella mañana, Pepeta, influída por su reciente encuentro, se fijó en la ruina y hasta se detuvo en el camino para verla mejor. Los campos del tío Barret, ó mejor dicho para ella, «del judío don Salvador y sus descomulgados herederos», eran una mancha de miseria en medio de la huerta fecunda, trabajada y sonriente.

Podía fijar la cifra; el capitán estaba dispuesto á satisfacer todos sus deseos; pero nada de vivir juntos. Le daría una suma importante para asegurar su porvenir y no verla más.

Recordaba con amargura los breves instantes que había pasado junto a ella; creía verla ante sus ojos, llena de encantos y de cariño hacia él... ¡Y este bien, que le había pertenecido, habíalo él despreciado! No conoció el valor que tenía hasta que lo perdió para siempre. Recorría sin cesar todos los lugares en que la había visto. No abandonaba un momento la Opera.