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Pero el boticario se coló en el vestíbulo por la abertura, y desde allí interrumpió a la rondeña de esta suerte: Ya, ya; pero esa orden no reza, eso es, conmigo; porque vengo, , señor, con su beneplácito... Tenga usted la bondad de prevenirle, eso es, de avisarle, que estoy aquí a sus órdenes.

Más de una vez, durante aquel rápido relato, Catalina había lanzado, a pesar suyo, un grito de admiración y de triunfo; pero luego, calmada y llamada a silencio por la viuda, se puso a llorar, y lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas, en la obscuridad. Calmaos, Catalina, el tiempo para es precioso dijo la viuda . ¿Comprenderéis ahora por qué vengo aquí?

Si su Reverencia no me deja hablar, no lo sabrá nunca, respondió el P. Cándido con firmeza. Vengo en comisión con estos hermanos á nombre de la comunidad, para decir á su Reverencia que ese vinillo que ahora se nos pone...

¡, señora! repuso el noble joven con voz balbuciente; mi padre me había rogado que hablase a usted de ellas. He rehusado; y como ésta es la condición que pone a su consentimiento, he renunciado al matrimonio. Vengo, pues, a pedirle que dispense a mi padre, y a despedirme de usted.

No es eso.... Contaré a usted si va hacia Aldeacorba. No voy, sino que vengo, preciosa señorita; pero porque usted me cuente alguna cosa, cualquiera que sea, volveré con mucho gusto. Volvamos a Aldeacorba: ya soy todo oídos. La Nela se decide a partir

Pep, estoy arruinado; eres rico si te comparas conmigo. Vengo a vivir en la torre... no hasta cuándo. Tal vez para siempre. Y entró en los detalles de instalación, mientras Pep sonreía con aire incrédulo. ¡Arruinado!... Todos los grandes señores decían lo mismo, y lo que a ellos les sobraba en su desgracia podía hacer ricos a muchos pobres.

Se detuvo un momento, bebió un poco de agua de frambuesas para darse algún aplomo y después prosiguió: He pensado muchísimo en una frase que se le escapó a usted ayer con respecto a mi vida solitaria... Su observación vino precisamente en apoyo de ciertas reflexiones que yo vengo haciéndome alguna que otra vez desde hace lo menos un año... , aunque pongo en mi vida alguna actividad, me pesa mi aislamiento con frecuencia... Pienso que tengo veintiséis años y que no es ciertamente una edad para entregarse por completo al retiro.

¿Qué más he de decir a ustedes? Vengo de comer con ellos y de firmar el contrato. Así, pues, ¿se casan? Judit lo ha querido. Como última sorpresa, sin duda. ¡Tal vez le tenga reservada alguna otra! ¿Cuál? preguntó vivamente el profesor en Derecho. Lo ignoro respondió el notario con una sonrisa; pero se asegura que el anciano Duque, su difunto esposo, no la llamaba nunca más que: mi hija.

Se trata de un serio disgusto de familia, del cual, por desgracia, va Vd. a participar. Paz se acordó entonces repentinamente de que el hermano de su novio era cura. ¿Usted es el hermano de Pepe? le dijo con viveza. Efectivamente, señorita. Vengo a cumplir un deber muy penoso para el sacerdote y para el hombre. ¡Pronto, por favor, dígame Vd. lo que ocurre! ¿Le sucede a Pepe algo malo?

Eso no hace nada. Pero revengamos sobre el amado Belarmino. No me puedo pasar sin él. Yo vengo para visitarle cada semana o cada quince días, durante diez años, a despecho de esta cuesta abominable que yo debo subir para llegar.