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PANTOJA. No veo nada: no quiero ver más que a Electra, por quien vengo; a Electra, que no debe estar aquí, y que ahora se retirará conmigo, y conmigo llorará su error. MÁXIMO. Perdone usted. Antes de cogerla debió usted hablar conmigo, que soy el dueño de esta casa, y el responsable de todo lo que en ella ocurre, de lo que usted ve... de lo que no quiere ver.

En la oscuridad de la sala vi blanquear la faz pálida de doña Tula y su pañolito amarillo y escuché su voz, de timbre agudo y delicado, exclamar: No te asustes, hija mía. No vengo a hacerte ningún daño. Luego se inclinó hacia la reja y me dijo en tono irónico y alegre: Buenas noches, señor capitán.

Allí me dijeron los criados que sus amos no estaban en casa; y con eso, iban a darme con la puerta en los hocicos; pero no sabían esas almas de cántaro con quién se las tenían que haber. «¡He! les dije ; miren ustedes con quién hablan, que yo no soy criado de nadie ni nada vengo a pedir; aunque pudiera hacerlo, porque en mi casa fue donde recogimos a don Federico, cuando se estaba muriendo y no tenía ni sobre qué caerse muerto

¿Qué tiene usted que mandarme? Vengo a pedirle un favor... ¡Cómo me gustan sus artículos de usted! Es claro... Si usted me necesita... Un favor de que depende mi vida acaso... ¡Soy un apasionado, un amigo de usted! Por supuesto... siendo el favor de tanto interés para usted... Yo soy un joven... Lo presumo. Que quiero ser cómico, y dedicarme al teatro... ¿Al teatro?

No, Gregoria, no dijo, vengo a verte... simplemente. Susana dió nuevo empujoncito a la madre, y misia Gregoria tomó la mano que se la ofrecía... Y blandió el arma otra vez. ¡Ahora te acuerdas!

El tono de aquel título y la distinción que establecía era tan intencionado, que principió a interesar a Príncipe, después que se hubo repuesto de su primera sorpresa. Perfectamente, pero como ahora vengo de parte de su madrastra prosiguió sonriendo, tengo que rogarle que por algunos momentos vuelva a aquel punto de partida.

Si es favor, Cuando á besaros la mano Vengo, que el guante perdáis... ¿Qué decis? ¿No me le dais? Tomad. Para ser tan vano, ¿Os turbáis? ¿Qué os embaraza? El guante. Este es sombrero, Y yo de vos no le quiero Sin la cabeza.

Se había vestido precipitadamente, parecía asustada, y antes de que Robledo la saludase, preguntó con ansiedad: ¿Le ha ocurrido alguna desgracia á Watson?... ¿Por qué viene usted á estas horas?... Sonrió Robledo irónicamente antes de contestar. Watson está bien; y si vengo á tales horas, es para hablarle de otro.

Yo le quiero, y sería la más ingrata de las mujeres si no le quisiese. Yo le amo desde hace tiempo, aunque hasta ayer no se lo he declarado y no le he dicho que soy suya. Suya soy ahora y lo seré siempre, y sería yo muy vil si sólo con el pensamiento y si sólo por un leve instante quebrantase la fe que le tengo prometida. Todo esto estará muy bien. No vengo aquí a discutirlo contigo.

¡Un resucitado!... ¡Le veo y no me parece Don Juan Manuel! ¡Vengo de la playa, de esperar la barca de ese infeliz Abelardo! ¿No habrá llegado? ¡Ni llegará!... Naufragaron.... ¿Y han perecido todos? ¡Todos!... El cuerpo del patrón dicen que ha salido en la playa de Rajoy.... Yo le hacía embarcado con ellos al Señor Don Juan Manuel. ¡Es providencial!