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Como ustedes ven, señores, la cosa iba poniéndose seria. Y, de pronto, siento que mi corazón se ensancha... Es necesario que hable; , es necesario que hable. Me pongo a golpear la copa como un poseído. ¡Por el amor de Dios, cállate! me susurra mi novia... quiero decir, mi mujer. Pero, aunque la cosa tuviera que costarme la vida, tengo que hablar.

Se ven á lo lejos abiertas las puertas del infierno, y á Jesucristo como juez, con una espada de fuego en la mano, dispuesto á condenar á Dionisio á la muerte eterna; pero á su lado se hallan Santo Domingo y la Virgen María, que se esfuerzan en mover su compasión hacia el pecador, por la devoción que ha demostrado siempre al santo Rosario, y en efecto, su respeto á ese signo religioso lo salva de la condenación á que estaba ya destinado.

Respondió él riendo: "¡Hideputa!" Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre : "¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a mesmos!"

Las rarezas, las maldades, eran todas fingidas. ¿La ven ahora, con ese aire de indiferencia? Yo les aseguro que no cabe en de felicidad. De pronto, cuando el jefe del Registro llenaba las primeras formalidades, Raquel dejó de sollozar. Dijo algunas palabras ininteligibles y se dirigió impetuosamente hacia Adriana. Estaba resuelta a interrumpir el acto.

Hace más de dos meses que no baja a la catedral ni le ven los canónigos. La última vez que una comisión de éstos fue a palacio, la servidumbre tembló.

Hace un momento llamaron a la puerta de entrada; corrí, con el corazón trémulo de alegría, y estuve a punto de abrazar al hombre que venía para ver el contador del gas... Dentro de una hora volverán a llamar y recibiré a un chico de telégrafos, que me entregará un despacho, siempre igual: «Imposible acudir tan pronto. Descorazonada. Ven a comer el jueves. Ternezas.

Allí se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la Armería; nada de teatros ni de bailes que aún son más peligrosos que en Vetusta: correr calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa. Las niñas vuelven a su tierra diciendo de todo corazón que se han aburrido en la Corte, que su convento de su alma, que cuánto más se divertían allí con las Madres y las compañeras.

Óyelos con atención. Soy toda oídos. El conde Enrique leyó de esta suerte: ¿Dónde te escondes, hermosa mía, que no consiguen verte mis ojos, Como te sueña mi fantasía, Llena de gracia, libre de enojos? Ven do el kokila dulce gorjea, Do presta el loto su aroma al viento, Ven que mi anhelo verte desea Y comprenderte mi entendimiento.

Pues bien, hijo mío, yo voy a hacer la comisión... Ven conmigo a esperar la contestación, si hay alguna. Y el señor de Maurescamp, seguido del muchacho, volvió sobre sus pasos, atravesó rápidamente el patio y entró en sus habitaciones.

Los Jueces los ven