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GOBERNADOR. Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte, de fama y rumbo, especialmente de los llamados cómicos?; porque yo tengo mis puntas y collar de poeta, y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se ven las unas a las otras; y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y enriquecer con ellas media docena de autores.

Querido Antonio: No si continuar instándote para que no dejes de venir. Creo que me dará mucho sentimiento verte, pero te quiero tanto y tanto... Si vienes, ven pronto. Lo que me sucede, querido Antonio, es muy extraordinario.

El altar mayor, como obra de un mismo artífice, aunque mas en pequeño, es igual en su orden al de la Catedral, con la diferencia de que así como en este se representan pasages y misterios de la vida del Redentor, en aquel son concernientes a la vida y martirio del santo Apóstol: también es obra de Gabriel Yoli, otro retablito al lado de la Epístola, con relieves en miniatura, y en cuya parte principal se ven representados de escultura, los médicos San Cosme y San Damian: aquí se encontraron los cadáveres de los Amantes de Teruel.

¿Y te parece poco? Pues ven acá, mal pecao, y dime: sin ese cuarterón de aceite, y esos dos cuartos de hilo, y ese grano comprado a lance, y el empeño de la manta, y el servir a todo el que se presenta, si se puede y vale la pena, ¿qué sería de nuestros intereses? Acuérdate que cuando nos establecimos, apenas había en casa cuatro mil reales mal contados. ¿Te dejarías hoy ahorcar por treinta mil?

Es que esta muchacha dice que ha visto al Rey allí, con el conde Federico. Sarto miró a la moza sonríendose y con expresión de incredulidad. Estas chicas en cuanto ven un apuesto caballero, se creen que es el Rey dijo. Pues entonces, el que yo digo y el Rey se parecen como si fueran hermanos replicó la campesina, algo vacilante pero insistiendo todavía en su tema. Sarto miró en torno.

Ellos volverán luego a realizar en su patria las instituciones que ven brillar en todos esos Estados libres, y pondrán su hombro para derrocar al tirano semibárbaro. ¿Tiene una antipatía mortal a los poderes europeos?

La Marquesa, sin malicia, como ella hacía las cosas, llamó a su lado a Anita para decirla: Ven acá, ven acá, a ver si a ti te hace más caso que a nosotras este señor displicente. ¿De qué se trata? De don Fermín que no quiere venir al Vivero.

Marcha de triunfo tocan atabales, y añafiles, dulzainas y trompetas, y en la impaciencia de ostentar su triunfo rápidos cruzan la tendida vega, y por Elvira en la ciudad alegre en cerrado escuadron altivos entran, y del rey Ismail al par marchando, las hermosuras que Granada encierra; ven al hermoso Ataide y le codician al verle junto al Rey de tal manera, y Ataide, el desdichado, va llorando, la mente en Leila y en su madre puesta, y que es de gozo por su altivo triunfo, los que le miran, con envidia piensan.

Sus héroes no buscan la muerte por motivos criminales, sino, al contrario, salen á su encuentro impulsados por la fe más pura y por los afectos más nobles; no insensibles, cuando esperan y cuando temen, no, sino llevando en su corazón amor todopoderoso y confianza inmutable en la grandeza de la Divinidad; y así, entre el tumulto de los demás hombres, que luchan entre sin descanso, atraviesan los cementerios, llenos de cadáveres, y los campos de batalla de la tierra; nubes tempestuosas, pesadas y sombrías, vuelan por debajo, y no sin esfuerzo se arranca su alma eterna de lo finito que le rodea; pero la fe los precede y los ilumina con su antorcha, y, cobrando fuerzas del poder divino de la religión, apuran sin murmurar la copa de la amargura; elevándose, en virtud del sentimiento de su unidad con lo eterno, ven disiparse bajo ellos, como vanas sombras, los dolores y las alegrías mundanales; y ante los rayos divinos que los iluminan, siempre más brillantes, abandonan su condición mortal, y, llenos de gloria, y coronados de blancas rosas, penetran en triunfo por las puertas de la muerte, que se abren para dar paso á los bienaventurados, que los reciben con sus palmas victoriosas.

Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan Corriendo por los campos los venados; Tras fuertes avestruces se abalanzan, Hasta dellos se ver apoderados; Con unas bolas que usan, los alcanzan, Si vén que están á lejos apartados; Y tienen en la mano tal destreza, Que aciertan con la bola en la cabeza.