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La ciencia no despuebla la naturaleza, ni penetra en sus más íntimos arcanos. El misterio sigue y seguirá siempre. Isis no levantará jamás el velo que la cubre.

Lo colosal y lo útil de la empresa ocultaba a los ojos del vulgo el pensamiento puramente político que bajo el velo tan especioso se disimulaba.

Del vasto teatro les llegaba el eco prolongado de un canto, seguido de aplausos que morían en un súbito silencio. Y estos intermitentes rumores de la invisible multitud que palpitaba tan cerca de ellos, contribuían a darles la sensación de hallarse circundados por una suave y amorosa quietud. Adriana escuchaba a Julio con abandono. Le parecía que sólo un tenue velo de dulzura separaba sus almas.

Turbada, sin embargo, se levantó a desprenderse el velo, dando la espalda al hermano, por temor de que sus colores la vendieran; y se puso a mover platos y copas para mejor disimular.

Su valor, a mi lado, iba a rehacer, su alma iba a tomar nuevas fuerzas. ¡Cómo me prometía sostenerla y consolarla en las horas de dolor y de abatimiento; cómo me violentaría para reír cuando la melancolía la envolviera con su velo sombrío!

Llegó Octubre, y una tarde en que soplaba el viento Sur perezoso y caliente, Ana salió del caserón de los Ozores y con el velo tupido sobre el rostro, toda de negro, entró en la catedral solitaria y silenciosa. Ya había terminado el coro.

Habíase despojado de su elegante traje de calle, y puéstose en su lugar una falda de lana negra modestísima y una mantilla muy usada, cuyo sencillo velo le ocultaba parte del rostro; traía en la mano una bujía encendida, puesta en una palmatoria de plata, y en la otra una llave de gran tamaño. Cogió la carta y echó a andar: en aquel momento un reloj lejano daba las once y media.

Se había prometido no salir de casa, y la casa empezaba a parecerle una cárcel demasiado estrecha. Una mañana despertó pensando que aquel año no había cumplido con la Iglesia. Además ya podía salir de su caserón triste para ir a misa. , iría a misa en adelante, muy temprano, muy tapada, con velo espeso, a la capilla de la Victoria que estaba allí cerca. Y también iría a confesar.

A través de los intersticios de aquel velo que abrían y cerraban las Horas á gusto del sueño, contemplaba éste el mar, la tierra, las ciudades y los pueblos. Sobre la cabeza de aquellos hombres que se agitaban, suspendía el inflexible destino, decidía la vida ó la muerte, distribuía á su antojo benéfica lluvia ó rayo vengador. Ninguna lamentación de abajo turbaba á los dioses en su quietud eterna.

A su izquierda veía otra mujer, pero no pudo reconocerla. Lo único que pudo distinguir fue un velo de encaje, dos grandes alas de cachemira y dos garras de diamantes. El conde se paseaba con paso agitado: iba de una a otra mujer y les hablaba al oído. Finalmente, el techo se abrió, descendiendo un hermoso niño mofletudo, parecido a esos querubines que guardan los tabernáculos de las iglesias.