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Su imaginación vagaba con vehemencia para hacer algo, matar un oso, partir el cráneo a un salvaje o sacrificarse de alguna otra manera por aquella profesora de rostro pálido y de grises ojos.

Y fue ella la que olvidando su enfado se expresó con más calor aún que su novio. Le quería tanto como a su padre. Era otro modo de querer, pero estaba segura de que puestos en una balanza los dos afectos, no se diferenciarían en nada. Su hermano conocía mejor que ella la vehemencia con que amaba a Rafael. ¡Así se burlaba Fermín, cuando venía a la viña y le hacía preguntas sobre su noviazgo!...

Tiene talento, ¿verdad? preguntó, implorando una palabra favorable . Siempre le he creído inteligente... Algo diablo, pero el carácter cambia con los años... Ahora es otro hombre. Y casi lloró al oir cómo el español, con toda la vehemencia de su verbosidad pronta al entusiasmo, ensalzaba al ausente, describiéndole como un gran artista que asombraría al mundo cuando le llegase su hora.

Discreta amiga mía repuso él con vehemencia . Usted me juzgue mal. ¿Impedirá usted que me despida de ella? Dos palabras nada más. ¿Saben que me voy esta noche? ¿Es de veras? Tan cierto como que nos alumbra el sol... ¡Pobrecita Asunción!... También ella se alegrará de verme... Vamos, no salgo de aquí sin decirle adiós... Francamente, milord indicó Amaranta . No creo en su partida.

El sacerdote llevaba la palabra y hablaba con vehemencia, como tratando de persuadir a la hija del contramaestre del «Annie Curtis», para que procediese en el sentido que le indicaba. Ella parecía pensativa, silenciosa e indecisa. Una vez se encogió de hombros, y se retiró de él, dándose vuelta como en actitud de desafío, pero en el acto el astuto sacerdote fue todo sonrisas y disculpas.

Me ha dado la vida y el alma, porque yo no sabía lo que era vivir, lo que era tener alma, lo que era amar, hasta que le he visto, hasta que le he oído. ¡Y con esa vehemencia tuya le habrás hecho tu amante! dijo el bufón. No... no... y mil veces no; para él no soy una mujer perdida.

No exclamó alegremente... Quiero que el de la señora sea perfecto. Eso hará rabiar a Mariana, la cocinera de la señorita Bonnetable añadió con la cara llena de satisfacción. ¿Por qué ha de rabiar? La señorita sabe bien que en el último de la señorita Bonnetable los pasteles de chocolate estaban quemados. ¡Ah! y los tuyos... Los míos son siempre perfectos respondió Celestina con vehemencia.

Los primeros diálogos que con él sostuvo, aquella incertidumbre deliciosa de aguardar a que hablase, estando segura de lo que había de decir, la sincera vehemencia con que pintaba su cariño, y el tono suplicante con que la pedía constancia, persistían en ocupar su pensamiento y llenar su alma, como aves que se resistieran a volar lejos de la fronda en que nacieron.

Su figura esbelta y distinguida y la hermosura ajada, pero interesante, de su rostro causaron favorable impresión en los circunstantes. Al pasar para ocupar su sitio, no se dignó arrojar una mirada a su antiguo confesor. Estaba más pálida que de ordinario, más ojerosa; pero en su mirada podía observarse una vehemencia y un brillo inusitados.

Pocos dias ha que ha caido de mi gracia Coreb, mi ministro y valido. Quejábame de él con vehemencia, y todos los palaciegos me decian que era yo demasiadamente misericordioso; todos decian á porfía mal de Coreb. Pregunté su dictámen á Zadig, y se atrevió á alaharle.