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Y movida ella por gratitud y por amorosa vehemencia, unió su boca a la de Morsamor y la regaló con hondo y prolongadísimo beso. Extrañas fueron las impresiones de Morsamor. Se figuró que donna Olimpia absorbía con sus labios toda la mocedad y toda la vida nueva que las pociones mágicas del Padre Ambrosio le habían infundido.

Ya hemos visto por las cartas la vehemencia de su pasión; pero él seguía enfrenándola con los mismos afectos piadosos y consideraciones elevadas de que en las cartas da larga muestra y que podemos omitir aquí para no pecar de prolijos.

En fin, Araceli, ¿en qué viene a parar toda esa música? dijo con tono y modales que me recordaban el día de la borrachera en casa de Poenco. Esto viene a parar repuse con vehemencia en que usted se me ha hecho profundamente aborrecible, en que me mortifica verle a usted delante de , en que le odio a usted, lord Gray, y no necesito decir más. Yo sentía inusitado fuego circulando por mis venas.

Ester Prynne, gritó con penetrante vehemencia, en el nombre de Aquel tan terrible y tan misericordioso, que en este último momento me concede la gracia de hacer lo que, con grave pecado y agonía infinita me he abstenido de hacer hace siete años, ven aquí ahora y ayúdame con tus fuerzas. Préstame tu auxilio, Ester, pero deja que lo guíe la voluntad que Dios me ha concedido.

Era Gallardo, que salía con precipitación de su cuarto, sin más que unos pantalones y un chaquetón, puestos a toda prisa sobre sus ropas interiores. Pasó corriendo ante el banderillero, con la ciega vehemencia de su carácter impulsivo, y se echó escalera abajo, más bien que descendió, seguido del Nacional. En la entrada del cortijo desmontábase el jinete.

Con igual vehemencia le amamos, aunque de manera distinta. Yo le amo como si fuera mi hijo. Cuando, a poco de darle vida, murió BU madre Maya Devi, por encargo suyo quedó Sidarta a mi cuidado. No quisieron los dioses que ella viviese, para que no padeciera lo que nosotras padecemos hoy.

Contra todos estos abusos disertó con vehemencia, o más bien lanzó centellas y rayos, discurriendo más por extenso sobre el lujo femenino y encareciendo los males que de él proceden.

»¿Conque, el doctor Avrigny está en camino de desligarse de la mísera existencia antes que yo? ¡Siempre ese hombre me ha de aventajar en todo! ¡Magdalena nos aguardaba a los dos y el que pretendía amarla con más vehemencia será el último en reunirse con ella!

Ya pensarían los dos lo que debía hacerse cuando llegase el momento. Quedaron en un silencio doloroso. Ella parecía ofendida de que se le quisiera obligar á violentas resoluciones: él pensaba de nuevo en el doctor, en aquella guitarra trovadoresca de que le había hablado el burlón Aresti al describir su vehemencia amorosa. Realmente, eran de razas distintas; sentían las pasiones de diverso modo.

No llevaba ni un cortaplumas: sólo tenía sus puños... Hubiese dado en aquel momento su buque entero, su vida, por un instrumento que le permitiese matar... ¡matar de un golpe!... Se fué apoderando de él la vehemencia sanguinaria del mediterráneo. ¡Matar!... No sabía cómo hacerlo, pero debía matar. Lo más inmediato era detener al enemigo que se escapaba.