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Yo lo que digo es que muerto el perro se acabó la rabia, y que muerta la cabeza, manos y pies se mueren... Miales, miales; dan vueltas para que les vean mejor. Ahora vuelven para acá; ya vus hemos visto bien. »¡Valientes perdularios! Si hubiera un hombre de corazón, ¿a dónde iríais a parar todos?

Esas comitivas dijo con muy mal humor María de la Paz no me hacen gracia. ¡Es una cosa tan mundana! Allí van los hombres sólo por ver á las muchachas; y las muchachas que hacen de vírgenes, van sólo á que las vean, y en lo menos que piensan es en los santos y en Dios. Esas son cosas de Francia, señor don Gil.

Lo peor es repuso Andrés, echando una mirada ansiosa a todas partes que aquí no hay donde esconderse. ¡Está tan desnudo esto! A la mano de allá, en cuanto se baja un poco, hay un establo... Pues vamos a la carrera, a ver si logramos doblar el monte antes de que nos vean. Corrieron briosamente hasta quedar embazados.

No ha visto usted nada... Tienes razón... no he visto... pero he comprendido y ya ves... nunca te hablé de estas... porquerías, pero ahora parece que te complaces en que te vean... tomas por el peor camino.... Madre... usted lo ha dicho, es absurdo, es indecoroso que usted y yo hablemos, aunque sea en cifra, de ciertas cosas.... Ya lo veo, Fermo, pero lo quieres. Lo de hoy ha sido un escándalo.

Vos mataste un moreno y otro en una pulpería, y aquí está la polecía que viene a ajustar tus cuentas; te va alzar por las cuarenta si te resistís hoy día. 265 No me vengan, contesté, con relación de dijuntos; ésos son otros asuntos; vean si me pueden llevar, que yo no me he de entregar, aunque vengan todos juntos.

Ya que nuestros jóvenes no puedan leer facilmente las impugnaciones sólidas, que los Franceses han hecho á Voltaire, á lo menos conviene que vean la que en lengua Castellana se ha publicado con el título: Oráculo de los nuevos Filósofos, donde hallarán por menor descubiertos y rechazados sus errores.

«Me parece indicó que he visto aquí otra vez a esta señorita... En fin, suban ustedes y vean lo que hay». Juan Bou subió la gran escalera despaciosamente, porque su corpulencia era declarada enemiga de la agilidad. Isidora subió corriendo y en el último peldaño esperó a su amigo, echándole una mirada triste y una sonrisa discreta y amistosa, a la cual se podía dar atrevida interpretación de burla.

Buenas tardes, padre . Buenos ojos le vean, padre . Siéntese aquí, padre. No, ahí no, padre; véngase cerca del fuego. El sexo masculino le fué dando la mano con afectuoso respeto. La voz del sacerdote, al preguntar o responder en los saludos era suave, casi de falsete, como si en la pieza contigua hubiese un enfermo; su sonrisa era triste, protectora, insinuante.

Como ella lleva los ojos lucientes de malicia y la boca rebosando picardía, los señoritos la miran con codicia, y entonces el chulo, porque vean que la muchacha es suya, la requiebra con insolencias que ella estima como madrigales dulcísimos.

Así es, Baldomero. ¡Siga! dijeron a dúo Ricardo y Lorenzo. ¡Vean los señores!... exclamó Baldomero. ...¡Si Mandinga no duerme!... ¿Mire que viniera a suceder!... ¿Y cuál sería?... Nada de eso replicó Lorenzo, me interesa, naturalmente, el caso de una niña, tan excepcional como ésta.