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una palabra y de tu gracia el sello Pondrá la mano que las leyes guarda. No, no: yo voy á doblegar mi cuello Sobre el cadalso donde Dios me aguarda. ¿Á dónde vas? Entre ángeles divinos Á descansar en brazos de mi Dios. nos conviertes; sigue tu destino! En tu sepulcro llorarán! ¡Á Dios! ! : yo voy entre ángeles divinos Á descansar en brazos de mi Dios!

Escrito el anónimo, puso el sobre a doña Frasquita, y llamando a un muchacho de la vecindad, de quien podía fiarse, le dijo: Vas al estanco que hay a lo último de la calle de la Pingarrona, preguntas por esta señora, la entregas la carta en propia mano, teniendo cuidado de que esté sola, y en seguida aprietas a correr. <tb>

«El otro día dijo Mariano con timidez entre recelosa y salvaje me dio usted un latigazo. Niño, fue sin querer. Pues qué, ¿a un roío caballero como se le dan latigazos?... ¡Taco, y qué orgullo vas echando!... ¡Roer! Átame esa mosca. Por ahora no necesito de ti. Si algún día necesitas una roía peseta, vente acá. Si algún día no tienes qué comer, no faltará acá un roío pedazo de pan que darte.

De su amor recibiste tu primer amor: ¿eres quien ahora pones en su mano un puñal? Si tu padre cae en la bancarota, vas á vivir infamado: ¿eres quien quiere que se mate para evitar tu infamia? ¿Eres quien crees que tu egoismo vale más que la vida del que te ha consagrado su existencia? ¡Pero oye aún!

La iglesia, tan ruidosa e iluminada durante la mañana, despoblábase rápidamente, cayendo en el silencio y la penumbra. Esteban se indignó al ver salir a Gabriel de la carroza eucarística. Te vas a matar: eso no es para ti. ¿Qué capricho ha sido el tuyo?

No, hijo: no traigo fuego ni hace falta, que bastante achicharradito estás aquí. Te estás quedando más seco que un bacalao. Micor... quierer seco... y arder como paixa. En paja te convertirías si yo te dejara. Pero no te dejo, y ahora vas a comer y beber de lo que traigo en mi cesta. no comier... ser squieleto».

No te envidio el poder ni la grandeza, ni el nombre que á grabar vas en la historia, ni el ardiente placer de la victoria, ni el laurel con que ciñes tu cabeza; no te envidio el placer, ni la riqueza, ni las horas de triunfos y de gloria, que eternas deben ser en tu memoria si han de aliviar tus horas de tristeza.

Me parece que no te equivocas contestó el contrabandista . El pobre Yégof, desde luego, ha perdido la razón. Pero no se trata de eso ahora; Baizel, atiende a lo que te digo: vas a dedicarte a fundir balas de todos los calibres; por mi parte, voy a ponerme en camino de Suiza. Dentro de ocho días, cuando más, las municiones que faltan estarán aquí. Y ve en busca de mis botas.

A no me gustan los colores claros. ¡Ah! mira: aquí tienes y escondía algo con las dos manos cerradas detrás de su espalda , aquí tienes, y no te lo vas a quitar nunca, aunque se nos enoje doña Andrea. Cierra los ojos.

Y mientras llega la carta y la recibe, si es que la recibe, ¿qué piensas hacer? ¿Ir al caserío? No, al caserío, no. Mi padre y mis hermanos me pegarán. Entonces, ¿quieres que yo se lo diga a la señora para ver qué decide? No, no. ¡Ay, ené! Pues, ¿qué vas a hacer? ¿Adonde vas a ir? -No . La Shele miraba el suelo y suspiraba. Las lágrimas corrían por sus mejillas.