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Tuviéronlos casi todas las poblaciones de alguna importancia, y más de uno las que, como Sevilla, Granada, Valencia y Zaragoza, descollaban entre las demás.

Volvamos ahora á seguir á Bolívar en su expedicion, diciendo antes que Monteverde huyó á encerrarse en Puerto-Cabello tan luego como supo que aquel, favorecido por su valor, su génio y la fortuna, se aproximaba á Valencia.

La miseria del hogar, la abundancia de hijos, y sobre todo la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos.

Desengaño de amor, por el licenciado D. Pedro Soto de Rojas: Madrid, 1623, fol. 181. Véase, entre otros, á Christóbal Suárez de Figueroa, Plaza universal de todas las ciencias y artes: Madrid, 1615, pág. 63. A Christóbal de Mesa, El patrón de España, 1611, pág. 218. A Juan Yagüe de Salas, Los amantes de Teruel: Valencia, 1616, apéndice.

Un ejemplar de esta pieza, extremadamente rara, que no pudo encontrar Moratín, posee hoy en París Don Vicente Salvá, á cuya bondad debí el leerla. Trátase también de este asunto en una poesía de Juan Yagüe de Salas, titulada Los amantes de Teruel, impresa en Valencia en 1616. Rodríguez, Bibl. Val., pág. 103. Vicente Ximeno, Escritores del reino de Valencia, lib. I, pág. 247.

Por el contrario, Andalucía, Valencia, Murcia, Alicante, el mismo Aragon, tienen más de ese hombre que se acuesta á lo largo de un diván, que abre la boca para aspirar las brisas de la tarde, que sujeta á veces la respiracion porque la ahogan los perfumes, que empaña el aire con las bocanadas voluptuosas de su pipa, ó que se disputa á la experiencia de la vida, cerrando sus ojos entre las ruinas veneradas de un mausoleo, bajo la copa de un ciprés, á la sombra de una palmera.

Pero una peligrosa sublevacion estalló en Valencia, donde los revoltosos, desconociendo la autoridad del Congreso, proclamaron la legitimidad de Fernando VII.

Los nombres de todos ellos los conocía Ferragut por haberlos leído en las Trovas de Mosén Febrer, métrico relato en lemosín de los hombres de guerra que vinieron al cerco de Valencia desde Aragón, Cataluña, el Sur de Francia, Inglaterra y la remota Alemania.

Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera baja; la extensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas ciudades, Sueca y Cullera, asomando su blanco caserío sobre aquellas fecundas lagunas que recordaban los paisajes de la India; más allá la Albufera, el inmenso lago como una faja de estaño hirviendo bajo el sol; Valencia cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esta apoteosis de luz y color, el Mediterráneo; el golfo azul y temblón, guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos.

dijo el amigo Pérez a todos sus contertulios de café ; en este periódico acabo de leer la noticia de la muerte de un amigo. Sólo le vi una vez, y sin embargo, le he recordado en muchas ocasiones. ¡Vaya un amigo! Le conocí una noche viniendo a Madrid en el tren correo de Valencia.