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Tenía cierta vaga idea de que á los frailes no se les podía conceder la cosa más inocente sin que de ella sacasen todas las concecuencias y provechos imaginables, díganlo si no sus haciendas y sus curatos.

Alguna se le aproximó en son de burla; pero no pudo obtener de ella una sola palabra. Estaba sentada a lo moro, con los brazos caídos, la cabeza derecha, más napoleónica que nunca, la vista fija enfrente de con dispersión vaga más bien de persona soñadora que meditabunda.

De pie, inmóvil, apoyada una mano en una mesa, encendida, trémula, con la mirada vaga, estaba doña Clara, alumbrada de lleno por la luz de un velón de cuatro mecheros. Don Juan no pasó de la puerta. Al verla se quedó tan inmóvil como ella. Durante algún tiempo ninguno de los jóvenes pronunció una sola palabra. Doña Clara miraba de una manera singular á don Juan.

Tenía una vaga idea de que debía contar con la benevolencia de ellos. Abrió la puerta enteramente para dejar pasar a Dolly; sin embargo, no le devolvió su saludo más que haciendo adelantar la silla algunas pulgadas para indicarle que podía sentarse.

Aquí ha comenzado mi sorpresa. No se invita a nadie, que yo sepa, a las siete de la mañana para una presunta conversación en la noche, sin un motivo serio. ¿Qué me puede querer Funes? Mi amistad con él es bastante vaga, y en cuanto a su casa, he estado allí una sola vez. Por cierto que tiene dos hermanas bastante monas. Así, pues, he quedado intrigado. Esto en cuanto a Funes.

Un funcionario Tendido de espaldas en el camastro y siguiendo con vaga mirada las grietas del techo, el periodista Juan Yáñez, único huésped de la sala de políticos, pensaba que había entrado aquella noche en el tercer mes de su encierro.

La bruja, que recordaba que el año anterior Yégof había referido a las almas de los guerreros que sus innumerables ejércitos no tardarían en invadir el país, experimentaba una vaga inquietud.

Sin poder apartar sus ojos de esa vaga silueta, el inspector general se dejó dulcemente deslizar hacia las mayores profundidades del recuerdo, y escuchando los nocturnos rumores de los campos y de los bosques fue perdiendo poco a poco la noción de los días y de los años...

Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea vaga de que pagó el primer mes, pero no estaba seguro de ello. Lo que sabía con certeza era que no pagó más. Los propietarios, residentes en París, habían acabado por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador gratuito de aquella casa que les inspiraba miedo.

Tiburcio sostenía que todo había sido ilusión óptica, fenómeno parecido al de la fata morgana. Y por el contrario, Fréitas concedía completa realidad a la visión y hasta llegaba a triplicarla, sosteniendo que en pos de la nave Victoria, aunque a mayor distancia y esfumadas en la vaga penumbra, había visto pasar otras dos naves.