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Hubo al otro día en la casa de la Albornoz congreso de ofendidos, y la altiva dama adoptó por suya la respuesta de Marat a Camilo Desmoulins y Freron, cuando le proponían estos refundir el periódico de ellos, La Tribuna de los Patriotas, en el suyo, El Amigo del Pueblo: «El águila va siempre sola; los pavos forman manadas». Ella era el águila y las demás señoras los pavos; Butrón era el pavero.

Pecho contra pecho, sus cabellos ruedan como una onda sobre el cuello de Juan, y su respiración tibia le acaricia el rostro. ¡Adelante, adelante, cada vez más lejos, aunque las fuerzas le falten, hasta el fin del mundo!... Siente palpitaciones violentas, un velo rojizo se extiende delante de sus ojos, le parece que va a caerse y a entregar el alma. ¡No importa!... ¡más lejos, más lejos siempre!

La rotonda va ocupada por el hombre de las provisiones: una robusta señora que lleva un niño de pecho y un bambino de cuatro años, que salta sobre sus piernas para asomarse de continuo a la ventanilla; una vieja verde, llena de años y de lazos, que arregla entre las piernas del suculento viajero una caja de un loro, e hinca el codo para colocarse en el costado de un abogado, el cual hace un gesto, y vista la mala compañía en que va, trata de acomodarse para dormir, como si fuera ya juez.

Después, de acuerdo con el mandarín Gobernador, haríamos una cuantiosa distribución de arroz al pueblo, y por la noche habría danzas e iluminaciones, como en una solemnidad pública. ¿Qué te parece, Sa-Tó? En los labios de vuestra merced habita la sabiduría de Confucio... ¡Va a ser un hermoso espectáculo!

Velázquez va á llegar dentro de un momento, ¿no me has dicho eso?... Anda, hazme el favor de esconderte en ese cuarto y verás qué chaladita estoy por él... Y mira bien por la cerradura, no sea cosa que nos hagamos una seña para engañarte.

Ella era la culpable de todo, ella la que iba á tener el buque encantado en este puerto, quién sabe hasta cuándo, con su poder irresistible de bruja. ¡Ah, las hembras!... El diablo va como un perro faldero detrás de sus enaguas... Son la podredumbre de nuestra vida.

Todavía, al alejarse, repite su protesta. La pobre duquesa olvidada arriba... y la otra... ¡qué escándalo! Celebro irme pronto. No la veré más. Al quedar solo, el príncipe abandona su mesa. Don Marcos va dando indudablemente la noticia de su llegada á todos los que encuentra, y él teme que se presenten otras personas menos interesantes.

Alfonso, si es económico, podrá pasar con cuatrocientos pesos el invierno en Nápoles, pero como es joven y de imaginación viva y ardiente, ¿qué va a hacer entregado a mismo en los países lejanos? Yo, que aspiraba a verle partir, aspiro ahora a verle volver; durante el día, lo recomiendo veinte veces a la protección divina, ¡Qué desgracia es tener un hijo desocupado!

Oiga uzté, ¿no va uzté a jugar? le dijo Valero, metiendo la cabeza por entre los jugadores y examinándole las cartas. ¿Cree usted que se puede? preguntó Moro vacilante. A me parece que . Hay poco de esto y demasiado de esto otro repuso, señalando discretamente con el dedo los naipes. Zin embargo, zin embargo... yo creo... Bueno, bueno, jugaremos replicó Moro con su finura acostumbrada.

En aquel momento el enfermo, a quien habían incorporado dijo en voz alta, dirigiéndose a los circunstantes arrodillados: Juro por el Dios Sacramentado, que va a entrar en mi cuerpo, que no he sido traidor a mi patria, y que en la guerra de América me he portado siempre como un militar honrado y leal. Su voz, que parecía salir de un cadáver, resonó clara y estridente en la cámara.